La Fiesta Está Viva

Pelo en plata, carrera en oro

Federico Pizarro encontró desde niño su inspiración para ser torero en su padre, un estupendo aficionado práctico, escribe Rafael Cué.

Federico Pizarro puso punto final a su carrera como matador de toros, el domingo pasado en la Monumental Plaza de Toros México, tras 25 años de doctorado. Nacer torero y contar con la vocación para abrazar la profesión es privilegio exclusivo de un puñado de hombres y mujeres tocados por la mano de Dios. Esto conlleva una gran responsabilidad espiritual para quienes visten con honor y gallardía de seda y oro.

Es difícil imaginarse como simple mortal lo que significa ser y vivir en torero. Dar cuerpo y alma, estar dispuesto a hacerlo incluso con la vida, en una entrega absoluta al toro, maravilloso animal que despierta pasiones, admiración y un profundo respeto a quienes amamos la tauromaquia.

Lo más complejo de ser torero es el entorno, profesional y social. El toro, lejos de ser un enemigo al que enfrentar, resulta ser el único aliado en la ecuación, quien te da pero también te quita —incluso si así estuviese dispuesto— la vida. El toro es un oasis de paz, de verdad y autenticidad.

Federico encontró desde niño su inspiración para ser torero, en su señor padre, del mismo nombre, y estupendo aficionado práctico. Lejos de traumarse los niños con la tauromaquia —como muchos piensan y recomiendan, sin tener idea y noción de qué opinan—, los infantes sueñan, aspiran, admiran y respetan a los toreros; les maravilla el toro y la emoción que se genera con la fusión de estas dos voluntades: la bravura del astado y el arte del torero.

La personalidad, valor y concepto de Federico encontraron gusto y espacio en el corazón de los aficionados desde sus inicios. Joven novillero que de inmediato por tierras tlaxcaltecas (en aquellas ganaderías legendarias, forjadoras de toreros y bravura) llamó la atención y contó con apoyo de taurinos leales. El joven respondió y su carrera novilleril fue triunfal, hasta llegar a una alternativa de lujo en la plaza de toros de Juriquilla, de manos del maestro Niño de la Capea, y como testigo el maestro Jorge Gutiérrez, ante toros de Fernando de la Mora.

Pasar de novillero a matador implica un reto enorme, los alternantes tienen más experiencia y no están dispuestos a ceder ni un ápice ante los nuevos valores. Y qué decir del toro, dueño de la fiesta y quien pone a todo mundo en su sitio; cómplice o verdugo.

Federico asumió y enfrentó el reto con responsabilidad. Los triunfos fueron llegando, incluso hasta cortar un rabo en 1995 al bravo "Consentido" (de Xajay), en la Plaza México. Ya comentaba lo complicado de los entornos, y a Pizarro le pasó factura el ceder a la tentación social, a los "amigos" en el triunfo que desaparecen en el fracaso.

La vida sigue, el toro siempre tiene inclusive una segunda oportunidad para quien esté dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a él.

Con la madurez de ser un hombre casado y con descendencia, Federico se encontró otra vez en su plaza, La México, a un toro tlaxcalteca: "Gonzalero", de De Haro, quien lo devolvió a la vida taurina. Invaluable el apoyo y serenidad de su mujer Claudia, sus verdaderos amigos y su mente torera.

El domingo, ante una señora corrida de toros de San Mateo, dijo adiós a la profesión en activo —porque quien es torero, nunca deja de serlo—. El cuarto de la tarde fue este último cómplice para que Federico nos emocionara con su arte y entrega, y mostrara por qué decidió hacerse torero. Faena de entrega, de inmenso quite, evocando al maestro Lorenzo Garza y al maestro Calesero. Brindis a su padre; el último toro de su vida, a quien le inspiró en esta bella locura del toreo. Emoción y lágrimas de felicidad de quienes le conocemos y apreciamos. Escribo "felicidad" y no "tristeza", porque decir adiós a una profesión tan dura y hacerlo habiendo sido exitoso, es para estar feliz.

Comenzó a llover durante la faena de muleta. Lágrimas que desde el cielo derramó doña Patricia, su madre, que con alivio y orgullo, desde allá arriba emocionada vio como su hijo cumplía una meta y estaba a salvo. Cuántas cosas tiene el toreo, cuántos simbolismos y cuánta verdad.

Enhorabuena, Fede, enhorabuena a tu padre, a Claudia, tu mujer, y a tus hijos. Hay mucha vida por delante para llevar con orgullo el título de matador de toros.

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