La Fiesta Está Viva

Cultura, cultura y más cultura

La Feria del Arroz, en Arlés, rinde homenaje al cultivo de este cereal en la zona de la Camarga francesa y está basada principalmente en festejos taurinos, escribe Rafael Cué.

La tradicional Corrida Goyesca en el anfiteatro romano de Arlés, Francia, ha sido este año un espléndido espectáculo cultural. Quizá la primera imagen que viene a la cabeza cuando hablamos de un espectáculo cultural, es algo sobrio, serio y para muchos tedioso. Hay que tener muy claro que para disfrutar de la cultura no es necesario vivir en una biblioteca. Desgraciadamente son pocos los hombres y mujeres que practican esta vocación. El respeto al prójimo viene siempre acompañado de dos cosas: educación y cultura.

La Feria del Arroz, en Arlés, rinde homenaje al cultivo de este cereal en la zona de la Camarga francesa y está basada principalmente en festejos taurinos. La Corrida Goyesca lleva 13 años organizándose, cada vez con mayor categoría, originalidad y éxito. Quien estuvo detrás de este concepto fue el matador galo Luc Jalabert, empresario taurino del coliseo, fallecido recientemente y padre del actual matador Juan Bautista, uno de los toreros franceses más importantes de los últimos tiempos.

El marco es inmejorable: un anfiteatro romano que data del año 80 d.C. Para esta ocasión el empresario y también actuante, Juan Bautista, descargó la responsabilidad visual del montaje en el gran artista español nacido en Palma de Mallorca, Domingo Zapata, quien desde hace años reside en Nueva York, tiene su estudio por los rumbos de Gramercy Park, así como en el Design District de Miami, y es un artista neoexpresionista que utiliza mucho en su obra la referencia taurina. El resultado fue espectacular, el ruedo en su totalidad conformó una obra que como el toreo mismo, fue efímera, pero durará para toda la vida en quienes tuvieron la oportunidad de verla. Las tablas y burladeros dieron color y alegría al entorno. Muy a su estilo, se grafitearon textos en la contrabarrera, dando un marco urbano, cultural, lleno de fuerza, sirviendo de enlace entre épocas distintas de la humanidad. Lo inédito fue cuando al llegar los tres matadores al patio de cuadrillas, les solicitó intervenir con pintura sus bellos trajes goyescos, para hacerlos obras de arte de suyo, dándole vida y conexión visual a los actuantes con el entorno. Una verdadera pasada.

Juan Bautista, Sebastián Castella y José María Manzanares, ante seis toros de Victoriano del Río, conformaron el elenco taurino. Hasta aquí la oferta era ya un lujo desbordante, de ahí el gran lleno registrado en las milenarias tribunas. Si bien la tauromaquia tiene una riqueza visual inmensa para rebosar de emoción el cuerpo y alma de los espectadores —cuando, como dice un buen y querido amigo: "se da el milagro del toreo"—, una de las bellas artes que ha enriquecido su acervo gracias a la inspiración por la tauromaquia, que es la música, en esta ocasión influyó para que la puesta en escena de lo que se vivió en Arlés, fuera un exceso de virtudes y emociones.

La Orquesta "Chicuelo", acompañada de un coro magistral y de la mezzosoprano Muriel Tomeo, brindaron un alto contenido emocional a lo que sucedía en el ruedo, tanto en los tiempos muertos del espectáculo, como dándole realce a las faenas o vueltas al ruedo triunfales de los toreros, como fue el caso de la vuelta que dio Juan Bautista con sus hijos (tras el cuarto astado, habiendo cortado una oreja a cada toro), ahí el público se entregó a la música y al torero, que esa misma mañana había anunciado su retirada al final de la temporada, con un brillante currículum de más de 700 corridas de toros y muchos triunfos en todo el orbe taurino.

En quinto lugar salió el toro "Cantaor", bravo, casi fiero, que fue testigo y protagonista de la máxima emoción taurina de la tarde al plantearle pelea a uno de los toreros más poderosos de la actualidad, Sebastián Castella. Ambos se entregaron a vida o muerte. La riqueza visual del escenario, la emoción ante la sensación de arte que emana de la lidia a muerte de un toro bravo a cargo de un torero, y el acompañamiento musical, crearon uno de los momentos taurinos de mayor intensidad que he visto en mi vida, y son ya 40 años de ver toros. Dos orejas para el torero, vuelta al ruedo para el toro.

Una muestra más de que la bravura y el arte, la vida y la muerte, el color y la cultura son parte de la esencia de la humanidad, concepto para muchos arcaico por no sentir la cultura universal de la tauromaquia.

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