La Fiesta Está Viva

40 años de locura

'El Pana' fue un genio, torero de muñecas prodigiosas, temple dominador ante la bravura y de un valor enorme para ejecutar el toreo, sobre todo en la época donde las facultades ya no le acompañaban.

Ayer lunes se cumplieron 40 años de que el recordado Rodolfo Rodríguez El Pana se presentara como novillero en la Plaza México. Yo tenía apenas 10 años y ya era muy aficionado, claro que era una afición muy distinta a la de ahora, de niño poco te preocupan muchas cosas, simplemente vives y disfrutas, así vivía yo la fiesta de los toros; acompañar a mi padre a las corridas o novilladas significaba para mí sentirme importante al lado de él, ya era la locura si íbamos al sorteo, menuda lata daría en la semana para que fuéramos a ver a los toros en los corrales, quizá poder ver y saludar a un banderillero o torero, o simplemente a vivir el mágico ambiente de las horas previas a un festejo en la Plaza México.

Dentro de toda esta magia, recuerdo muy bien cómo El Pana sacudió a la capital, taurinamente hablando. Cartel de seis novilleros: Héctor de Alba Pinturero, Jesús Triguero Tabaco, José Pablo Martínez, Longinos Mendoza, Gabriel de la Cruz y El Pana, ante novillos de Santa María de Guadalupe. El novillo del debut se llamó "Reyezuelo".

A partir de ahí nada fue igual. Sin entender del todo el fenómeno que se vivía, sí recuerdo la emoción y la expectación que despertaba el nombre de El Pana cada vez que era anunciado en la capital. Entre semana solía el tlaxcalteca visitar los periódicos y medios de comunicación. Me maravillaba su personalidad, muy torera, en el límite de poder parecer ridículo, pero siempre salvando el honor con esa mente privilegiada y velocidad de pensamiento.

Recuerdo, como si fuera ayer, las vueltas al ruedo lentas, a paso garboso, mordiendo enormes teleras que aficionados contagiados de esa locura le tiraban al paso. El Pana provocaba emoción; para bien o para mal, a nadie dejaba indiferente. Lo intentaba todo, suertes antiguas, suertes de su invención, y toreo clásico, muy clásico, rayando en lo perfecto cuando la magia de la bravura y el temple se abrazaban en el ruedo.

Pasaron los años, El Pana iba y venía de los carteles, y fue vetado durante mucho tiempo por las figuras del toreo, debido a las faltas de respeto que Rodolfo a menudo solía cometer en medios de comunicación y prensa. La tauromaquia tiene normas no escritas y la premisa fundamental es el respeto; el torero debe hablar en el ruedo y mantener las formas. El Pana era un torero peligroso para las figuras porque arrastraba masas, pero hablaba de más, lo que en este medio no se perdona, nunca se ha perdonado y hay que ser inteligente y sagaz para asimilarlo e incluso poder sacarle provecho.

Quizá quien menos entendió a El Pana fue Rodolfo Rodríguez, utilizo esta forma porque así lo hacía él, siempre separaba a la persona del personaje, ese fue su calvario. El Pana fue un genio, torero de muñecas prodigiosas, temple dominador ante la bravura y de un valor enorme para ejecutar el toreo, sobre todo en la época donde las facultades ya no le acompañaban. De exacta colocación para torear, con la difícil facilidad de encontrar la distancia a los toros, para bien o para mal. Si lo veía claro y las musas le acompañaban, se colocaba en la distancia exacta para hacer del toro su cómplice y crear arte, de lo contrario, así el toro tuviera condiciones para embestir, él al no colocarse en la distancia, eliminaba la mágica posibilidad de su inconmensurable arte.

En 1997, durante mi debut como empresario taurino, junto con buenos amigos, lo contratamos para torear en Huamantla y nos encontramos con el genio y la figura; no olvidaré nunca esas pláticas, verlo en la plaza de esa feria durante las corridas, novilladas y festivales, siempre en torero, siempre en El Pana.

Cómo olvidar aquella tarde del 7 de enero de 2007, la que era su despedida fue su resurrección; aquella mágica corrida ante dos toros cuajados, preciosos y muy buenos de Garfias, La México recordó y revivió al que pudo ser su ídolo siempre y no sólo en esporádicas etapas.

Hoy le recuerdo, maestro, como lo que siempre fue, un toreo distinto, un torero de época.

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