La Fiesta Está Viva

100 años de bravura

El columnista escribe sobre la tauromaquia a 100 años de su existencia.

Hablar de La Punta dentro de la cultura de la tauromaquia es hablar de grandeza, de pasión por la crianza del toro bravo, del respeto a este bello animal y todo su entorno por 100 años.

Enclavada en el estado de Jalisco, casi en la frontera con Aguascalientes, esta casa ganadera estuvo en manos de la familia Madrazo de 1925 a 1997. Tiempos de gloria taurina para esa casa, sobre todo en los años 40. Para que usted se dé una idea, Manuel Rodríguez Manolete toreó en México 36 corridas de toros entre 1945 y 1947, y 18 de esas corridas fueron lidiando toros de La Punta. Para 1948, el hierro de la divisa plomo, grana y oro, tenía pastando en sus más de 24 mil 326 hectáreas, mil 539 vacas de vientre.

En los 60, las figuras de la época optaron por lidiar encierros del encaste Llaguno, principalmente, siendo las reses punteñas relegadas a carteles de menor tronío; como consecuencia, sufriendo un descenso en los ingresos por ventas de corridas, vinieron tiempos difíciles, malas decisiones administrativas dieron como resultado el desplome de una casa que llenó de gloria la historia del toreo.

En 1997 los hermanos Pedro y José Vaca Elguero adquirieron el casco y los potreros que quedaban, ya que del ganado no quedaba nada. Desde entonces el camino lleno de sueños e ilusiones por devolver a este mítico hierro su grandeza ha ido en ascenso. Con pasos lentos, pero firmes, los hermanos Vaca y los socios que se unieron al proyecto al año siguiente —Carlos Allende, Diego Argüelles, Pablo Carrillo, Felipe Franco y Arturo Ramírez— han dado con sello propio (respetando la historia y tradición de esta casa) una visión moderna, basada en las costumbres y rigor de épocas doradas.

Para conmemorar los 100 años de La Punta, los actuales dueños han editado un maravilloso libro. La historia es narrada en forma amena y bien documentada por Luis Niño de Rivera, un personaje de prestigio dentro del medio taurino, deportivo y financiero. Al libro le pone la cereza Jorge F. Hernández, con sus textos descriptivos sobre las emociones de visitar el campo bravo punteño. Logra Jorge despertar al fantasma de Manolete, caminando erguido, con su pitillo en la boca, por el bellísimo patio andaluz del casco renovado y mejorado en su arquitectura. Una joya donde se respira la pasión por el toro y el caballo, donde cada habitación se llama conforme a la figura del toreo que ahí se hospedaba en aquellas semanas de tentaderos, que bien narra Niño de Rivera. El cuarto de Manolete, el de Carlos Arruza, el de Domingo Ortega, Armillita o Jesús Solórzano. Cada rincón sabe a toreo, pasado, presente y futuro. No es difícil imaginar y disfrutar el humo del "ocote" de don Paco en aquellas charlas serias y profundas acerca del toro y el toreo; las paredes las murmuran, las ventanas las reflejan y las vacas y toros en los potreros las lucen con orgullo.

Gráficamente al libro le da vida y narrativa, con máxima calidad, la lente del sevillano Joaquín Arjona, cuarta generación de fotógrafos andaluces. Imágenes y textos se enlazan como se enlaza el toreo en el ruedo del tentadero punteño, despacio, dando a cada cosa su peso y su tiempo. Mosaicos, libros, carteles, cuadros y memorabilia de valor cultural incalculable en la tauromaquia conforman este mágico lugar.

El libro es un testimonio vivo del compendio de tradiciones taurinas, de la importancia del campo bravo mexicano y su increíble equilibrio ecológico.

Testimonios de generaciones de vaqueros y gente de campo que vive amando al toro, desde el abuelo hasta los nietos. Emocionante recorrido gráfico de una casa ganadera singular.

Hoy pastan en La Punta reses del encaste Parladé, como en aquellos años gloriosos. Un nuevo capítulo de esta historia se escribe a manos de este grupo de mexicanos ejemplares.

Adquiera esta joya editorial, edición limitada, aquí: abaez@loncheriadediseno.com.

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