Opinión

Precedente funesto


 
 
Juan Antonio García Villa
 
Aunque en sentido estricto no es un precedente desconocido, pues no se trata ni de un método ni de una vía que se ignoren, sin embargo sí puede resultar funesto que el camino adoptado por la CNTE –que básicamente consiste en presión, chantaje, violencia si es necesario e impunidad garantizada– se convierta en el modelo a seguir.
 
De ser así, nada verdaderamente importante cambiará en este país. Las grandes reformas que son tan urgentes, quedarán para las calendas griegas. Pues todas ellas, sin escapar ninguna, tienen fuertes y poderosos opositores que no tan fácilmente estarán anuentes a perder los privilegios de los que han sido beneficiarios.
 
Si ya vimos lo que se ha hecho con leña verde, qué no se hará con leña seca. Las reacciones que puede generar la reforma energética, por ejemplo, podrán palidecer frente a las toscas y groseras –pero visibles– de los profesores. Considérese nada más lo que debe cambiar Pemex para hacerse competitivo, los intereses que se  afectarán en materia de grandes contratos y compras, robo de combustible, privilegios sindicales y un largo etcétera, que aunque parezca que se quedan callados en modo alguno permanecerán pasivos.
 
¿Qué decir de los que se opondrán o ya se oponen sólo –aparentemente al menos– por mero dogmatismo? En las materias financiera (hacendaria, fiscal o como se le quiera llamar) y energética, serán en las que se presenten fuertes resistencias de parte de quienes dicen defender sólo principios y no intereses de grupo y menos aún personales, aunque sí "el interés supremo de la nación", según proclaman.
 
En el no remoto caso de que así sea, se comprobará una vez más a qué increíbles extremos de irracionalidad pueden llevar los dogmas. Y la falta de humildad, que es más difícil aún de superar. No es fácil –menos todavía en política– aceptar que durante toda una vida se estuvo en el error. El amor propio, la soberbia, el orgullo mal entendido se convierten en enormes anteojeras que a algunos les impiden aceptar la realidad tal cual es.
 
De nada servirán los testimonios, la información y consejos sobre probados casos de éxito alcanzados a contrapelo de los dogmas, expuestos por el brasileño Lula da Silva, los socialistas chilenos, los pragmáticos comunistas chinos y aun en materia petrolera hasta por los líderes cubanos, si la decisión de ser ciegos está tomada de antemano. Contra ese tipo de resistencias, sencillamente no hay defensa. Así de fácil. Y de complicado, por supuesto.
 
Complicado no sólo porque el dogmatismo deriva en tabúes y fetiches, imposibles de sacudir si se carece de la disposición interior de llegar a la verdad que libera, sino porque ese dogmatismo de arranque se encadena con algo peor: la actitud de construir sofismas y de generar falsos debates para auto engañarse y aparecer ante los demás, con desesperación notoria, como poseedores y acérrimos defensores de lo que es correcto, positivo y bueno.
 
A reserva de abundar sobre el tema, por lo pronto se apuntan dos de esos sofismas. Uno, confundir el consenso con la unanimidad. Nada hay más antidemocrático que esta falsa ecuación. Porque entonces una pequeñísima minoría, atrincherada en esta confusión conceptual, será suficiente para anular de tajo el principio democrático.
 
Y otra construcción sofística más claramente engañosa, que ya se viene aplicando por quienes rechazan las reformas, consiste en decir que el adversario está "criminalizando" a los opositores a los cambios, sólo por el hecho de señalar que para defender su posición acuden a las amenazas, chantajes y desmanes. Increíble, pero así es.
 
 
 
 
 
 

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