Plaza Viva

Nuestra epidemia silenciosa

En 2009 la sociedad mexicana se unió para enfrentar una enfermedad letal: la gripe AH1N1; ahora debe hacerlo para solucionar la obesidad.

Una mañana de la primavera de 2009 despertamos con la noticia del surgimiento de una nueva enfermedad letal. Por los noticiarios nos enteramos que existía el riesgo de diseminarse por todo el país, y que comenzaba a cobrar vidas sin distingos de edades, latitudes o estratos económicos. En ese momento, la pandemia de gripe AH1N1 activó a la sociedad, en ciertos momentos con brotes de pánico, pero también en otros más trajo consigo la conciencia de los riesgos a la salud que significaba este nuevo padecimiento.

Durante la contingencia presenciamos que la sociedad exigía medidas decididas y eficientes para controlar y mitigar la enfermedad y, como en pocas ocasiones hemos visto en nuestro país, se harían a un lado adversidades políticas, económicas o sociales para buscar la manera de poner fin a este contagio masivo. Finalmente, pasada la emergencia, continuamos ejerciendo los aprendizajes sustantivos que adquirimos alrededor de la higiene y los cuidados preventivos.

En ese sentido, se podría sostener que nuestro país buscó actuar enérgicamente frente a un peligro de grandes proporciones y se logró controlar la pandemia de influenza. Lamentablemente, no ha existido la misma respuesta frente a la obesidad, una amenaza sanitaria que se lleva cientos de miles de vidas cada año, que es padecida por siete de cada diez mexicano y que desencadena enfermedades degenerativas que causan un gasto público en el sistema de salud de 150 mil millones de pesos anualmente.

El Informe Panorama de la Salud 2017, realizado para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), muestra que México simplemente no ha hecho suficiente para combatir esta mortal pandemia y nos coloca como el país con más sobrepeso y obesidad de los 34 que forman parte del organismo. Precisamente por ello, organizaciones y asociaciones civiles, como El Poder del Consumidor, han hecho llamados para que tengamos nuevas estrategias para responder a la altura de la alerta por obesidad y diabetes que fue decretada hace más de un año en México.

Una de las acciones más reconocidas frente a esta crisis sanitaria ha sido el establecimiento de un impuesto en bebidas azucaradas que está vigente desde 2014. Esta iniciativa polémica fue impulsada por organizaciones de la sociedad civil y ha mostrado hasta el momento resultados positivos: ha logrado reducir 5.5 por ciento el consumo de bebidas azucaradas, según un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública y la Universidad de Carolina del Norte. Muchas voces aseguran, sin embargo, que la disminución del consumo de azúcar a través de las bebidas como refrescos o jugos no puede sólo ser mediante la imposición de impuestos, que debemos apostarle a la información y la educación.

En concreto, buena parte de las organizaciones y expertos en salud pública han impulsado tres ideas que podrían tener resultados en el corto y mediano plazos frente a esta emergencia nacional.

La primera apuesta clave es impulsar un nuevo sistema de información alimentaria que a través de puntajes o medidas vuelva accesible la información sobre qué consumimos, particularmente el contenido que puede resultar dañino en exceso como el azúcar, la sal, las grasas saturadas o el alcohol. Estos sistemas de medidas o puntajes se han desarrollado con éxito en Reino Unido para las bebidas alcohólicas o para los alimentos procesados en Chile.

Muchas personas mantienen el hábito de quitarse la sed con bebidas azucaradas o quitarse el hambre con alimentos procesados, opciones que consideran accesibles por tiempo, precio y comodidad. Precisamente por ello también una segunda estrategia es garantizar el acceso gratuito al agua a través de impulsar la instalación de bebederos en los espacios públicos, deportivos, recreacionales y escuelas, así como la promoción del consumo de alimentos sanos no procesados como parte de la dieta cotidiana.

Por último, tenemos que hacer todos los esfuerzos para que las primarias y centros comunitarios refuercen las clases de nutrición para lograr que cotidianamente nuestra sociedad haga elecciones sensatas sobre su alimentación. Una sola campaña en medios de comunicación es insuficiente para modificar hábitos, necesitamos apuntalar el conocimiento con capacitación continua en espacios formativos desde edades muy pequeñas.

Sí, podemos continuar nuestros esfuerzos para acabar con esta dolorosa y silenciosa epidemia. Nuestro país merece gozar de buena salud basada en información y buenos hábitos alimenticios.

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