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Se vislumbra una guerra comercial global

     

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He estado pensando en la guerra comercial de Donald Trump, que cada vez parece más probable, especialmente porque la ley comercial en Estados Unidos confiere a la Casa Blanca notable libertad para asumir una postura proteccionista sin acción legislativa. Esa no era la intención de la ley, ¿pero cree que le va a importar a este tipo?


Entonces, ¿qué va a pasar si el proteccionista en jefe inicia una guerra comercial, y sospecho que lo hará? Las afirmaciones de que en Estados Unidos habría una enorme pérdida neta de empleos son extremadamente dudosas. Pero lo que resultaría es una guerra comercial a escala mundial, que desorganizaría la estructura económica existente, la cual se basa en complicadas cadenas de suministro internacionales.

A largo plazo se formaría una nueva estructura con cadenas más cortas. Pero mientras tanto, algunas industrias y fábricas repentinamente terminarían perdiendo (en Estados Unidos y también en países en desarrollo).

La lección que me llevé de China Shock, un documento de investigación ampliamente citado de David Autor, David Dorn y Gordon Hanson (léalo aquí) fue que los modelos de Ricardo y Heckscher-Ohlin fueron menos relevantes para la economía política del comercio que para el ritmo del cambio, que desorganizó concentraciones locales de manufactura y las comunidades a las que apoyaban. El punto es que un giro proteccionista, que revierta el crecimiento comercial que ya se ha dado, produciría el mismo tipo de choque dado el punto en que estamos. Es como el viejo chiste sobre el motociclista que atropella a un peatón y luego intenta deshacer el daño dando marcha atrás y atropella a la víctima por segunda vez.

Y esa es la forma de ver el próximo choque de Trump. Realmente no se puede retroceder el reloj un cuarto de siglo. Y siquiera intentarlo puede producir exactamente el tipo de cambios rápidos y desorganizadores en la producción que alimentaron el enojo de la clase obrera de cara a estas elecciones.

NO CULPEN A LA MACROECONOMÍA
Discutir sobre el estado de la economía parece una preocupación inconfundiblemente secundaria en este momento, especialmente discutir con gente con la que coincido en la mayoría de los temas. Pero una columna del economista Robert Skidelsky difundida recientemente se equivoca en algo muy grande, y creo que es importante para la forma de abordar el embrollo general en el que estamos.

Skidelsky sostiene, correctamente, que los economistas se han vuelto demasiado introspectivos. Estudian modelos y se olvidan (o nunca saben) que éstos son apenas un croquis del territorio, y que los economistas siempre tienen que considerar la posibilidad de que sus croquis estén completamente equivocados; lo que significa que la formación técnica debe ser complementada con historia, psicología y observación simple del mundo real.

Pero los principales ejemplos de Skidelsky de desaguisados de la economía son, bueno, son muy malos: "Los formuladores de políticas no saben qué hacer", escribe. "Jalan las palancas normales (y las palancas inusuales) y no pasa nada. La relajación cuantitativa supuestamente debía hacer que la inflación 'volviera a la meta'. No lo hizo. La contracción fiscal supuestamente debía restaurar la confianza. No lo hizo", afirmó.

¿'Supuestamente' según quién? ¡No la macroeconomía básica! Teníamos un modelo macroeconómico más o menos estándar para cuando las tasas de interés están cerca de cero. Este modelo decía, y sigue diciendo, que a) la política monetaria es ineficaz bajo estas condiciones y b) los multiplicadores fiscales son positivos y grandes; en particular, que la contracción fiscal es fuertemente contractiva. Y estas predicciones han ocurrido. La enorme expansión monetaria no hizo crecer la inflación; la austeridad extrema se correlacionó fuertemente con severas caídas económicas.

En otras palabras, la política tuvo exactamente los efectos que 'supuestamente debía'.

EL GABINETE DE MILLONARIOS DE TRUMP
En un artículo reciente de la revista New York, Jonathan Chait evidenció a Larry Kudlow, un columnista de National Review, por elogiar al Anaranjado por escoger un gabinete de millonarios, porque los ricos son incorruptibles; después de todo, ya no necesitan más dinero. Tal como escribió Chait, esto es ridículo a primera vista. Consideremos, por ejemplo, a los oligarcas rusos. (Lea su artículo aquí)

Lo que Chait no señala es la ironía especial de ver este argumento de Kudlow, o efectivamente de cualquier partidario de ala derecha de la economía ofertista. Recuerden que toda esta visión se basa en la afirmación de que recortar los impuestos a los ricos obra milagros económicos, debido a los incentivos. Si permitimos que un plutócrata tenga más dólares de ingresos, dice este razonamiento, esta persona innovará, creará puestos de trabajo y nos conducirá a un paraíso terrenal para hacerse de ese ingreso extra.

Para elaborar sobre lo que debería ser obvio: a los ricos o les importa tener más dinero o no les importa. Si tasas marginales impositivas más bajas son un incentivo para producir más riqueza, la perspectiva de ganancias personales es un incentivo para participar de prácticas corruptas.

Si de algo sirve decirlo, la realidad es que hasta las personas descomunalmente ricas generalmente quieren más dinero. Podemos preguntar por qué lo quieren; los placeres hedonistas del lujo muy seguramente deben alcanzar su máximo en una fracción diminuta de lo que vale el nominado promedio del gabinete de Trump. Los excusados bañados en oro no descargan mejor el agua que los excusados normales. Pero para esta gente el dinero tiene que ver con el ego, el poder y con ganar el juego. La codicia no tiene límites.

Todo esto nos dice algo significativo, principalmente que la teoría económica ofertista es, y siempre será, una farsa. Nunca tuvo nada que ver con los incentivos. Simplemente fue otra excusa para enriquecer más a los ricos.

Twitter: @paulkrugman

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