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Simulacro surreal

Patricia Martín analiza cómo la realidad de nuestro país aparece menos surrealista y más surreal.

En 1938, André Breton (19 de febrero de 1896), considerado el padre del surrealismo, estuvo en México y durante cuatro meses se alojó en la casa estudio de Rivera y Kahlo ubicada en Altavista. Breton vino para dar una conferencia en el Colegio de San Ildefonso, así como para visitar a Manuel Álvarez Bravo, y para encontrarse con Trotski. La presencia del padre del surrealismo en México dejó huellas en la cultura mexicana; años más tarde algunos artistas retomarían el movimiento, pero sobre todo subsiste la anécdota de que Breton calificó a México como el país más surrealista del mundo.

Los surrealistas se acercaron al imaginario de los sueños, a los trances, al automatismo como metodología para alcanzar un "umbral de libertad total", y retomaron el postulado de Rimbaud, que sostenía que este movimiento debía de cambiar la vida, y renovar completamente las estructuras políticas y sociales. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que vivimos en un mundo postsurrealista, aunque nuestra realidad aparece menos surrealista y más surreal.

Este año México celebra las elecciones más grandes de su historia, con niveles de violencia, índices de corrupción y de impunidad históricos. Empezamos 2018 en una confusión ideológica y nuestro mecanismo de democracia parece más un simulacro: un ejercicio de cinismo. Algunas impresiones a modo de homenaje al automatismo:

•El miedo a lo políticamente incorrecto, la pasividad y la complicidad con el statu quo provocan que una persona como Trump se haga de la presidencia del país más poderoso del mundo, simplemente porque se atreve a ser quien realmente es, lo que, de forma muy mínima, es un signo de sanidad mental.

•El PRI, el PAN, el PRD y Morena crean alianzas bipolares, en las que ya no sabemos cuál es el discurso de cada partido. O dónde quedaron los restos de sus principios e ideología, todo en pos de acumular votos, no ideas.

•El arte se desdobla, los artistas y los galeristas mexicanos exponen cocos y hamacas en Suiza, en las grandes ferias y foros del mundo, mientras apoyan una candidata mujer independiente y las causas indígenas, sin mirar a quién le venden ni de dónde procede ese dinero.

•Las señoras de sociedad y los intelectuales bien pensantes se enfundan en huipiles de forma muy pública, para no tener que asumir una postura política clara y esconder su miedo a cualquier cambio social que afecte sus privilegios e intereses personales.

•O enfundan a sus trabajadoras domésticas en trajes típicos porque "qué bonitas se ven, qué bonito es México, que folclórico", sin preguntarse cómo se sienten de alienadas o son motivo de burla estas trabajadoras en sus comunidades, porque asomarse a lo que está detrás de los simulacros duele y se necesitaría dejar lo políticamente correcto de lado para hacerle frente.

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