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10 de mayo

Patricia Martín dedica su colaboración a todas las mujeres que se sienten desgarradas entre su interés profesional y el ser madres. Y a todas las que tomaron la decisión de no ser madres.

Ser mamá es el acto más radical que he hecho en la vida. Implicó una violencia corporal, laboral, social, sexual, psicológica, hormonal; el sentirme constreñida a un solo espacio, a una sola identidad, el dejar de ser para ser a través de otro.

La maternidad cimbró en mí mi propia mortandad, supe que al dar a luz comenzaba la cuenta regresiva. Ser mamá por segunda vez reactivó en mí un miedo que, después de años de lucha por quitármelo, asumí como algo propio. Pasé años preguntándome en terapia si deseaba o no ser mamá, y decidí conscientemente serlo, aunque ello significó dejar mi posición privilegiada en el arte contemporáneo mundial.

No me arrepiento.

La reflexión es incipiente acerca de las cuotas que se le imponen a la maternidad en esta sociedad patriarcal. El arte, reflejo de las dinámicas sociales, lo ejemplifica de diversas maneras. ¿Cuántas mujeres son artistas importantes? ¿Cuántas de ellas han sido madres? Podemos hacer la lista, pero sería demasiado corta. Helen Marten, ganadora del Turner Prize 2016, declaró: "Si fuera madre, no hubiera habido forma de ganar este premio".

Existe en nuestro entendimiento del arte una contradicción tácita que explica Helen Molesworth, curadora que recientemente fue destituida de sus funciones en el MOCA de Los Ángeles por presentar un programa de mujeres que no han sido reconocidas históricamente, mujeres generalmente exiliadas o que trabajan en la periferia, tema que no les interesa mucho a los coleccionistas que son parte del patronato de dicha institución. Una de las pocas curadoras que se atreven (como si el tema fuera tabú) a investigar, enunciar y difundir el tema de la maternidad en el arte.

El artista ha sido percibido típicamente como una figura excéntrica, un narcisista, un genio atormentado, un niño en permanente estado de asombro. Estas caracterizaciones son clichés que refuerzan estas narrativas, pero, ¿cómo pensar la práctica artística a través de otro cliché, la figura de la madre que sacrifica sus ambiciones por su familia, la madre que cocina, limpia, educa y que mantiene con este trabajo no remunerado la estructura de la civilización? ¿Cómo reconciliar la figura del artista que es madre y de la madre que es artista? Existen casos contados: Mary Kelly y sus documentos posparto, Catherine Opie y su autorretrato amamantando, Anna Maria Maiolino y sus experimentos con el lenguaje, y pienso en todo lo que se pierde al no haber creado un espacio que nos haga sentir a salvo de poder compartir esta experiencia con el resto de la humanidad.

Dedico esta columna a todas aquellas mujeres que nos sentimos desgarradas entre nuestro interés profesional y el ser madres. A las madres solteras que se levantan a las cinco de la mañana para dejar a sus hijos en manos de otros, e ir a cuidar a los hijos de otros. Y a todas esas mujeres que tomaron la decisión de no ser madres.

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