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Aprendizaje, sexenios y modelo educativo

En México, ir a la escuela no garantiza aprender. Esta frase ilustra un problema complejo y persistente que se origina principalmente en la inercia que la marginación social y económica tiene sobre el derecho a aprender. Pero también es importante considerar como factor la gran inestabilidad de los modelos educativos. Al cambiar con una frecuencia equivalente a la de cada sexenio, se termina por fatigar la capacidad del sistema de producir un cambio que mejore el aprendizaje de niñas, niños y jóvenes.

Un modelo educativo debiera ser el resultado de una deliberación social, filosófica y técnica que define cómo y para qué educamos a los estudiantes en un país. Como podría suponerse, debates de esta profundidad trazan una ruta de mediano y largo plazo a la cual aferrarse. Sin embargo, en México estos modelos se transforman constantemente, reflejando las ideas del gobierno en turno más que una visión educativa a largo plazo.

Desde el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica de 1992 hasta la más reciente Nueva Escuela Mexicana, cada reforma ha intentado implantar una nueva dirección, sin que se logre un impacto significativo de éstas en las aulas ni en la calidad de los aprendizajes.

Los constantes cambios de modelo educativo dejan a los maestros en una posición difícil. Como primera línea de atención a niñas, niños y jóvenes, deben intentar adaptarse a nuevos planes y programas de estudio sin dejar de dar sus clases y de buscar construir aprendizaje. Esta inestabilidad dificulta la adopción de nuevas metodologías y crea un espacio de resistencia al cambio. En consecuencia, los docentes se refugian en su repertorio habitual de prácticas, condenando a las expectativas a quedarse en el papel.

Una de las formas más claras de ver los efectos de los frecuentes cambios en el modelo educativo es tomar en consideración los resultados de evaluaciones de aprendizaje disponibles. A pesar de las reformas, los estudiantes mexicanos presentan de forma consistente resultados por debajo del promedio en evaluaciones internacionales como PISA, instrumento que ha permitido analizar cambios entre el 2003 y la actualidad. Aún si se renuncia a la estrategia de evaluar los resultados a través de su cambio en el tiempo y se mira sólo al presente, es posible apreciar importantes brechas en el logro de habilidades básicas como lectura, matemáticas y ciencias. Que los estudiantes no mejoren su aprendizaje es en gran medida consecuencia de un sistema que no logra adaptarse y aprender a mejorar.

El modelo educativo actual, conocido como Nueva Escuela Mexicana, tiene entre sus aspiraciones brindar una educación humanista, que desarrolle el pensamiento crítico y una mayor vinculación de los estudiantes con las problemáticas que afectan a las comunidades en las que viven. En teoría, el modelo busca marcar un cambio radical con aquellos que le precedieron. Aunque aún es temprano para determinar su impacto, parece claro que, sin estabilidad y continuidad, difícilmente se logre permear en la labor cotidiana de maestras y maestros. Sin llegar con fuerza a esa implementación cotidiana, los modelos están condenados al olvido y al fracaso.

El camino hacia un sistema y un modelo educativo que garantice el aprendizaje es complejo. Se requiere de una visión de largo plazo sustentada en una deliberación amplia y pluralista sobre cómo se quiere educar a las nuevas generaciones y de cómo lograr esas aspiraciones a través de la enseñanza que se ofrece en las escuelas. Que asistir a la escuela en México sea sinónimo de aprender requiere mucho más que la imposición de las ideas de un solo actor o sector político, especialmente si éstas reinventan sexenio tras sexenio.

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