Pie de Página

La luz lángara, la estética de la pelota

 

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Pide permiso para proseguir por los caminos del Libro XI de las Confesiones de San Agustín. Ramón Xirau no escribe libros; los habla. Parece admirado cuando apunta:

Todo parece claro: el pasado está en nosotros gracias a la memoria. Pero, ¿el futuro? ¿Qué sucede con el futuro? No parece fácil, ni es nada fácil predecirlo. Lo único que podemos decir es que no podría predecirse ninguna cosa "si no la imagina el alma, es decir, nuestra alma en cuanto tiempo personal y 'nuestro'".

Le gustaba mucho recurrir al santo de Hipona. Hay que imaginarlo cautivado, también por Wittegenstein, el Job o san Juan de la Cruz. Xirau era un banquete. Un festín de pensamiento. Ahora que se ha ido habría que imaginarlo prediciendo el futuro de la memoria. Se vale. Cuando menos la cuestión es disputable. Posible.

Ramón, nacido en Barcelona, ama el futbol. Había sucedido antes, pero hoy es ese instante: el ayer mañana. Xirau ha quedado maravillado, como san Juan de la Cruz, toda ciencia trascendiendo, ante la Selección Vasca que llega a México a mediados de los 30. Pero uno entre los grandes de la Selección española del 34 (Zamora, Quincoces, Irarragorri, Muguerza, Regueiro, Ventolra) le llama profundamente la atención.

Isidro Lángara, el hombre que volvió grande al Oviedo. El Euskadi, como se llamó a aquel cuadro en la Liga Mexicana del 38-39, fue un acontecimiento que no ha pasado. Xirau abre los ojos ahora mismo que ya no está, porque es 1943, cuando ve a lo lejos, en el campo de entrenamiento del España, a Lángara. Exclama: "Es lo más bello que he visto en el campo de futbol". Lo dice en serio. En serio.

Y luego vuelve a lo suyo. Otra vez habla a san Agustín: "En ti, alma mía, mido los tiempos. El tiempo es una cosa del alma". La pelota también es redonda. 

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