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Drogas en el lugar del deporte

En la UNAM, la escasa oferta deportiva fue suplida por otra más efectiva y letal: la venta de drogas, afirma Mauricio Mejía.

La Universidad Nacional Autónoma de México comparece ante la historia, de nueva cuenta. Dos escenarios de su campus central han sido profanados por actores de fenómenos contrarios al espíritu de libertad y recreación por los que fueron edificados: el Auditorio Justo Sierra (que otros llaman Che Guevara, el más grande y más histórico de todos los que conforman Ciudad Universitaria), y los frontones de la zona deportiva ubicados atrás del estadio Roberto Tapatío Méndez en el que se juegan partidos colegiales y se llevan a cabo cursos de verano para decenas de niños y jóvenes, hijos de egresados.

Peligrosa cercanía.

El deporte y las artes escénicas fueron parte sustancial en el plan de estudios desde que se diseñó CU. El Tapatío fue un gran promotor del futbol americano, cuando éste era el deporte estudiantil más elevado y popular. Antes del movimiento del 68, el Justo Sierra fue escenario de grandes acontecimientos culturales de una comunidad urgida de libertad y protesta.

Hace rato que la práctica del deporte entre sus jóvenes dejó de ser prioridad para la Rectoría de la UNAM. Los vacíos suelen llenarse en la era del mercado. La escasa oferta deportiva fue suplida por otra más efectiva y letal: la venta de drogas. En esos lugares, en los que los muchachos debieran ejercitarse en el tenis, en el voleibol, en el baloncesto o en el futbol, la delincuencia organizada ha encontrado una especie de Tienda UNAM. Este ejemplo debiera poner en alarma al gobierno federal. Aunque parece que ya es tarde para ello.

Lo que sucede en CU pasa en muchas zonas del país: la ausencia deportiva ha llevado a muchos jóvenes al consumo de sustancias ilegales a bajos precios y al alcance de la mano. Lo preocupante es que nadie parece darse cuenta de la fragilidad física y emocional de las últimas generaciones de estudiantes (no sólo de la UNAM) ante la descomposición institucional que vive México desde la mal llamada Guerra contra el Narcotráfico. Ese desdén parece encaminarse a un infortunio, aun más deplorable: la criminalización de la juventud.

La comparecencia de la UNAM con la historia incluye el expediente del Justo Sierra, espacio ocupado, desde hace 20 años, por grupos radicales de varias corrientes políticas nacionales y extranjeras. Desde su intervención, la UNAM ha trasladado la oferta cultural a otros recintos: el Centro Cultural, el Universum y Tlatelolco. El Justo Sierra se encuentra a menos de 200 metros del edificio de la Rectoría. La administración del peligro impide a las autoridades ver la gravedad del asunto. Otra forma de llenar: en lugar de que se presenten compañías de artes escénicas, películas o debates sobre libros y temas de urgencia de la agenda nacional (en la que la UNAM debe estar siempre presente), en el Justo Sierra suceden otras cosas, que nadie se ha encargado de revelar.

Que la Razón hable, hoy, por el espíritu.

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