Pie de Página

Chesterton, el atletismo y San Francisco

Mauricio Mejía reflexiona sobre cómo todos los temas son de interés de G.K. Chesteron.

Dijo T.S. Eliot que Chesterton era de esa clase de escritores a los que se debe demostrar lealtad a menudo. Cierto. El inglés es uno de los más asombrosos y generosos narradores de la historia. Es, antes que otra cosa, un alimento y, por si fuera poco, aliento. Editorial Jus saca al mercado una obra infinitamente bella: Temperamentos. Ensayos sobre escritores, artistas y místicos. La alineación de la obra esta contenida por, nada más: William Blake, Lord Byron, Charlotte Brontë, William Morris, Robert Louis Stevenson, Carlos II de Inglaterra, Francisco de Asís, Girolamo Savonarola y León Tolstói.

Solamente en un texto escrito por Chesterton se puede empezar a discurrir sobre el ascetismo del santo de Asís, llegar al atletismo, pasar por la poética mística y terminar con la contemplación de una estrella próxima a la que se puede llamar nueva amiga. Pareciera que todos, todos los temas son de interés de este gigante de la letras.

"Si se diera el caso de que el atletismo desapareciera", escribe en la evocación a Francisco, "de las escuelas privadas y de las universidades inglesas, si la ciencia nos proveyera de un nuevo método no competitivo de cultivar el físico, si la ética popular diera un abrupto giro hacia una actividad de absoluto desprecio e indiferencia hacia ese sentimiento llamado diversión, es fácil ver lo que ocurriría: los futuros historiadores dirían, sencillamente, que en los oscuros días de la reina Victoria los jóvenes de Oxford y Cambridge se sometían a una terrible forma de tortura religiosa". Chesterton es claro: el ateltismo (y el resto de los deportes) contiene un forma peculiar del ascetismo.

La iluminación del inglés causa asombro: "Hay una sola diferencia, sólo una, entre la religión y el deporte: mientras que el amor por el deporte nos parace comprensible, no nos lo parece el amor por los oficios religiosos. En un caso sólo atendemos al coste, mientras que en el otro también atendemos a la recompensa".

¿A qué se debe que muchos (incluso religiosos y deportistas) no repararan en las observaciones de Chesterton? Él mismo lo deja en claro: "Miramos a la humanidad desde demasiado cerca, así que sólo vemos los detalles y no los rasgos más vastos y dominantes".

El detalle -agrega- que hacía que los monjes se volvieran locos de alegría era el universo en sí: la única cosa auténticamente digna de disfrutarse. El mundo, en lo divino y lo atlético, es un despiadado plan piadoso. Francisco lo supo, dice Chesterton: por eso su terrible sentido común, en el que no habitaba el miedo. Como si hablara de un corredor de 100 metros, el autor habla del santo: "no tendría pavor a las pesadillas de la cosmogonía porque en él no cabía temor alguno". Vivir debiera ser -dice sobre Tolstói- aceptar deportivamente el lugar que ocupamos el mundo. Ascetas y gimnastas. Y así.

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