Mauricio De Maria Y Campos

La caída de Zuma y la llegada de Ramaphosa, retos y esperanzas

El columnista escribe sobre el panorama de Sudáfrica ante la caída del que fuera su presidente; también de su futuro, a cargo de Cyril Ramaphosa.

La caída de Jacob Zuma era de esperarse. La pregunta desde 2016 era cuándo ocurriría. La llegada de Cyril Ramaphosa a la presidencia de Sudáfrica fue también obligada. Tuvo que esperar muchos años para alcanzarla. Ahora se enfrenta a esperanzas renovadas de la población con retos importantes en el corto y largo plazos.

Desde que llegó Zuma a la presidencia de Sudáfrica en 2008 las señales no eran buenas. Había tenido una larga carrera cerca de Mandela, incluyendo 10 años en la cárcel y había encabezado el área de seguridad en la lucha contra el Apartheid. Como vicepresidente de Mbeki me pareció un líder carismático, con grandes relaciones con la clase política, pero limitado en cuanto a educación y capacidad de gobierno. Era evidente, sin embargo, su ambición por llegar a la presidencia.

Tras de su remoción en 2006 por acusaciones de posible corrupción en la compra de aviones militares franceses y de violación a una joven amiga de la familia, me sorprendió que se atreviera a fines de 2007 a desbancar al presidente Mbeki como jefe del Partido del Congreso Nacional Africano y, en consecuencia, a sacarlo de la presidencia para pavimentar su propio camino frente a las elecciones de 2008.

Zuma logró la presidencia y su reelección cinco años después a pesar de que sus gobiernos estuvieron plagados de estancamiento económico, conflictos con sus ministros y acusaciones de corrupción -sobresaliendo la gran ampliación de su casa personal con recursos del fisco sudafricano y el enriquecimiento inexplicable de sus grandes amigos empresarios -destacando el caso de los hermanos Gupta-. Su declive se inició en agosto de 2016. Como relaté en mi artículo en EL FINANCIERO, el castigo del electorado fue muy claro en las elecciones regionales en que el partido del Congreso Nacional Africano (CNA) descendió de 63 a 52 por ciento del voto y perdió frente a la oposición las principales alcaldías y gobiernos provinciales: Ciudad del Cabo, la capital, Pretoria y Port Elizabeth, en la provincia originaria de Mandela, donde un blanco del Partido Acción Democrática llegó al poder.

Zuma decidió invitar como vicepresidente a Cyril Ramaphosa, el que fuera joven excompañero de Mandela, eterno candidato a la vicepresidencia, que logró crearse una carrera como empresario, pero se mantuvo siempre como un activo miembro del partido.

Ahora la historia se repitió. Frente al declive de Zuma, la reputación de Ramaphosa creció durante 2017, configurándose como posible sucesor. Cuando llegaron las elecciones del CNA ese año, Zuma fue desbancado y no pudo dejar a su exesposa, antigua canciller y muy destacada directora de la Unión Africana, como su sucesora. El millonario Ramaphosa ganó por poca diferencia la jefatura del partido y en un régimen presidencialista parlamentario fue de inmediato ratificado como presidente.

Ramaphosa se enfrenta a grandes expectativas de la población sudafricana, cansada de estancamiento económico, altos niveles de desempleo, inseguridad y ahora la gran corrupción desatada por Zuma.

Tras de la victoria sobre el régimen de Apartheid, Sudáfrica sigue siendo un país muy rico en recursos naturales, con una población de 54 millones de habitantes, un atractivo mercado interno gracias a un elevado ingreso per cápita, buenas capacidades institucionales, educativas y tecnológicas heredadas del pasado, grandes atractivos turísticos, pero también con una vasta pobreza y desigualdad y expectativas frustradas, exacerbadas en la última década.

Si bien los gobiernos de Mandela y Mbeki lograron avances importantes en educación, salud, vivienda y servicios básicos de la población negra y mestiza, mucha de esta población sigue sin acceso a la propiedad de la tierra, al agua y a la electricidad; afligida todavía por altos índices de sida.

La tasa de desempleo se ha agudizado desde la crisis de 2008 y la caída de la demanda y los precios de las materias primas; 27.7 por ciento de la población no cuenta con empleo; nivel que se eleva entre la población negra y a 68 por ciento entre los jóvenes. La tasa de aumento del PIB ha bajado a 1.2 por ciento anual, la mitad del índice de crecimiento de la población. (The Guardian 15-2-18).

Frente a esta situación, la corrupción y la impunidad prevalecientes han impactado fuertemente la confianza de la población y del inversionista. Afortunadamente Sudáfrica tiene algunas instituciones sólidas heredadas de Mandela, particularmente un robusto Poder Judicial que hizo sufrir a Zuma como presidente, lo puso a juicio por sus excesos y lo obligó a resarcir una parte de los recursos públicos invertidos en su casa y sigue teniendo al ahora expresidente en capilla. Sin embargo, la policía y los juzgados siguen estando en entredicho.

El CNA tampoco puede presumir de sus viejas tradiciones y victorias. Ha surgido una generación de jóvenes políticos que no está exenta de críticas y escepticismo. Hay impaciencia y rabia entre la población. 31 por ciento de los sudafricanos tienen menos de 15 años. Hay una nueva generación de votantes que nació tras del Apartheid y la llegada al poder de Mandela en 1994. Se consolida una nueva clase media consumista y de millonarios negros, asociados al poder.

En este contexto, la primera tarea de Ramaphosa tendrá que ser restituir la unidad del CNA antes de las elecciones de abril de 2019 y restablecer la confianza y la esperanza de la población respecto a la capacidad de su gobierno de restablecer el crecimiento, abatir sensiblemente el desempleo, la pobreza y la desigualdad y atacar la corrupción y los compadrazgos empresariales.

Observadores nacionales e internacionales han caracterizado la caída de Zuma y la selección de Ramaphosa como un parteaguas en la historia reciente de Sudáfrica y una ventana de oportunidad para que las realidades de los viejos y nuevos desafíos del país se puedan superar en el dinámico contexto global.

¿Será posible para el viejo luchador anti-Apartheid, convertido en empresario millonario y, desde hace un par de años reinsertado en los altos niveles de la política sudafricana, rescatar y transformar el sueño de Mandela? ¿Podrá el partido hegemónico renovarse sin tener que entrar en alianzas con nuevas fuerzas de la sociedad?

Estaremos atentos. Los 'milagros' requieren trabajar arduamente en el diseño y ejercicio de renovadas agendas políticas, económicas y sociales nacionales.

En México lo sabemos. Tenemos similares sueños y esperanzas. Necesitamos líderes honestos que prediquen con el ejemplo, pongan fin a la corrupción y la impunidad y conciten y pongan en marcha nuevas agendas y pactos equitativos e incluyentes de desarrollo.

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