Mauricio De Maria Y Campos

Hacia un acuerdo regional integral, en sustitución del TLCAN

Con Estados Unidos hay que dialogar con creatividad y paciencia; lo contrario significa resignarnos a hacer lo que sea la voluntad de nuestro vecino del norte y morir lentamente como nación soberana.

Durante los últimos 24 años el TLCAN ha sido fundamental en la expansión del comercio exterior de México y de la recepción de flujos de inversión extranjera directa de Estados Unidos y otros países. Las exportaciones de vehículos automotores, autopartes, productos electrónicos y más recientemente de la industria aeroespacial y la industria maquiladora en general son prueba de ello. Sin embargo, a veces se olvida que dichas exportaciones no han generado un crecimiento suficiente, que tienen un bajo contenido nacional y que las importaciones de materias primas, componentes, bienes de consumo y de capital han ido aumentando en igual y o mayor proporción. Las elevadas importaciones de gas, gasolinas y petroquímicos -que antes producíamos en México- han sido en los últimos tres años y serán en el futuro previsible un factor negativo importante en nuestra balanza comercial.

Lo que hoy quisiera destacar sobre el TLCAN es que su limitación desde su origen a libres flujos solamente de comercio de bienes, servicios y capitales (no de personas), el carácter asimétrico de la relación entre los tres países y la ausencia de políticas para promover el desarrollo productivo por parte del gobierno mexicano ("la mejor política industrial es la que no existe") y del conjunto de los tres países, impidió la convergencia en los niveles de ingreso per cápita y bienestar y condujo a mayores migraciones de México a Estados Unidos y deportaciones con conflicto permanente.

A diferencia de la Unión Europea, no hubo apoyos a la convergencia y la inversión en infraestructura en las zonas rezagadas de México –o de los otros países–. Hoy día la brecha en el ingreso por habitante entre el México rico del norte y del centro y el del sur, al igual que la prevaleciente entre nuestro país, Estados Unidos (EU) y Canadá son muy superiores a las ya muy grave que había hace 24 años.

La situación se agravó a partir de la crisis global en 2008. El PIB de México cayó 6.5 por ciento en un solo año dada la elevada dependencia económica y en particular de las exportaciones de México respecto a EU. Si bien sectores como el bancario, el automotr y de autopartes pudieron ser rescatados en los años siguientes gracias a las medidas extraordinarias macroeconómicas y sectoriales adoptadas por Obama, el relativo estancamiento de EU condujo a un crecimiento muy modesto de México y a la deportación gradual y silenciosa de un millón de mexicanos indocumentados. El gobierno mexicano no supo atenderlos y reincorporarlos a la economía nacional, a pesar de las crecientes remesas de divisas con que han venido contribuyendo. Tampoco supo o quiso implementar medidas para aprovechar mejor el mercado local y nuestros recursos naturales como palanca de desarrollo y de diversificación de comercio e inversiones.

Los problemas se acentuaron a partir de la campaña proteccionista, America First y la antimexicana y discriminatoria anunciadas por Trump e instrumentadas desde su llegada a la presidencia. Su obsesión por el muro, su aversión y persecución a migrantes, particularmente mexicanos y centroamericanos ("violadores y criminales" y recientemente "animales") ha llevado a gran incertidumbre y temor entre los dreamers y los seis millones de migrantes mexicanos indocumentados y a ira justificada entre los mexicanos en general .

La zozobra se ha esparcido por todo el territorio de nuestro vecino del norte dada la decisión del gobierno de Trump y sus colaboradores de combatir a las ciudades santuario, realizar razias frecuentes entre migrantes y deportar o llevar a las cárceles privadas (interesadas en tener altos niveles de ocupación) a los indocumentados. Hace un par de semanas me enteré de que en la zona de Dallas estaban capturándose 70 mexicanos indocumentados diarios en promedio, dividiendo sin contemplación a familias que llevaba muchos años de trabajar y contribuir con impuestos a EU.

La situación se ha agravado en la última década por los flujos crecientes de migrantes centroamericanos de Honduras, Guatemala y El Salvador, huyendo de la violencia y de la pobreza y que, en búsqueda del sueño americano, pasan por territorio mexicano y son tratados injustamente por autoridades de Estados Unidos y México.

La problemática económica-social se ha vuelto más compleja durante la últimas dos décadas por el bajo crecimiento de la producción y del empleo y el gran descenso de los salarios reales en México: más de 70 por ciento en la últimas tres décadas. El salario diario en México en pesos es inferior al salario por hora en EU. Resulta difícil de entender que en medio de este contexto migratorio y de los elevados subsidios que otorga el gobierno de EU a su agricultura, y otros privilegios federales y estatales que le da el TLCAN a sus empresas, Trump insista que es el peor acuerdo comercial firmado por EU, que siga utilizando a México de chivo expiatorio del impacto del cambio tecnológico generado en los propios EU y de su elevado déficit comercial y que quiera conseguir todavía condiciones de mayor privilegio para sus empresas, ahora en el área de la propiedad intelectual, del comercio electrónico y de los procesos de solución de controversias. Resulta inadmisible que ahora quiera exigir reglas de origen con mayor contenido obligatorio estadounidense, en contra del orden internacional que antes promovió.

El gobierno mexicano debe poner un límite a Trump si quiere mantenerse como un país soberano, respetado internacionalmente. Parece que hay una oportunidad. La fecha límite para presentar un acuerdo a aprobación del Legislativo estadounidense ya venció. Necesitamos aprovechar el momento de rigidez negociadora de Trump por las elecciones de noviembre en EU y el cambio de gobierno en México para proponer un acuerdo de más largo alcance regional que promueva acciones de desarrollo regional en los tres países del TLCAN y ¿por qué no? una incorporación gradual de los países centroamericanos a los beneficios del acuerdo.

Pasar de una política defensiva y complaciente a otra activa y propositiva que nos otorgue capacidad de negociación frente a Trump.

A este gobierno se le acabó el tiempo. El que sea electo el 1 de julio y llegue al poder en diciembre debe elaborar una estrategia y propuesta regional de gran visión de mediano y largo plazos para Norte y Mesoamérica que considere tres componentes básicos:

1. Una nuevo modelo de desarrollo nacional, que incluya un programa de desarrollo regional equilibrado con estrategias y medidas de infraestructura y políticas financieras públicas y privadas para elevar el crecimiento, apalancarnos más en el mercado interno y nuevos socios comerciales y generar mayores empleos y mejores salarios para desincentivar la migración externa

2. Invitar a países centroamericanos -particularmente los del triángulo del norte- a una verdadera alianza integral regional para el desarrollo y la prosperidad común de Mesoamérica.

3. Convocar simultáneamente a EU y Canadá a un acuerdo regional más amplio y más similar al de la UE, que contenga disposiciones dirigidas a promover la prosperidad común y la convergencia económica, mediante apoyos a la infraestructura y la cohesión social, que permitan el progreso más rápido de las zonas rezagadas de todos los países integrantes y una administración ordenada de las migraciones. Un protocolo especial para la incorporación gradual centroamericana sería indispensable.

¿Utópica propuesta hacia EU y sobre todo por Trump? Posiblemente. Pero hay que poner la bola del otro lado de la cancha y empezar a dialogar con creatividad y paciencia. Lo contrario significa resignarnos a hacer lo que sea la voluntad de nuestro vecino del norte y morir lentamente como nación soberana.

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