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El domingo ruso del ¿cuánto falta?, al ¡no lo puedo creer!

Mauricio Candiani reseña la expectación previa y la alegría posterior al partido de México vs. Alemania, en Rusia 2018.

México amaneció temprano ayer. Despertó tan expectante como nervioso. Fue uno de esos días en los que no se preguntaba qué hora era, sino cuánto faltaba para las 10:00.

Teníamos una cita en Moscú, en el Estadio Luzhnikí. Nos vestimos con la verde, con la blanca, con la roja. Algunos con la nueva, otros con la antigua. Unos con la oficial, otros con la otra. El propósito era estar a tono y apoyar a los 11.

El cielo nublado en muchas partes del territorio nacional correspondía a la serenidad que la ocasión imponía. Y es que aunque Rusia 2018 nos reunió a familias, amigos y colegas en cuanto lugar ofrecía pantallas y transmisión, no terminábamos de digerir que la Selección debutara contra uno de los equipos más exitosos y de mayor prestigio en el mundo.

¿Cuánto falta?, cuestionaban en los trayectos, en los preparativos, en los comercios. Así, atentos a la hora, la conversación previa ocurría entre el 'nos van a aniquilar' de los pesimistas, el 'con que empatemos estará de maravilla' de los moderados y el 'les vamos a ganar' de los entusiastas.

Puntualísimo, el juego comenzó. Ojos angustiados por la primera llegada de Werner en el minuto tres y por la segunda de Hummels en el siete veían las tomas de la tribuna, al árbitro y, como acto reflejo inevitable, el reloj.

La dinámica de tú a tú del primer tiempo emocionó hasta al más sereno. En tiro con balón parado, vimos fallar a Miguel Layún en el minuto nueve. Y luego a Herrera al minuto diez.

"Ya sólo faltan 80 minutos", le escuché decir al abuelo entre broma y en serio. No era el único observando el juego en modo cuenta regresiva.

Entre pum, pum y pam, pam vendrían intentos de mexicanos y alemanes: Moreno al 14, Kroos al 16, Werner al 20, nuevamente Kroos al 22. Al 26 y al 29 dos fallos de Layún que empezaban a mostrar que había dejado el tino en el hotel.

Y cuando todavía faltaban 55 largos minutos de un juego parejo para los que anhelaban un honroso empate, vendría el glorioso minuto 35. Una secuencia de pases precisos de Hernández a Guardado y de regreso, le permitieron al Chicharito darle un pase adelantado preciso a Hirving Lozano. Luego un recorte con control preciso dentro del área, el acomodo y ¡gooool!

Jugadores, banca, estadio y un país entero estallamos en festejo. Alemania estaba en aprietos. México arriba en el marcador. ¡No lo puedo creer!, decían los más en las narraciones, en las redes, en las familias.

Al minuto 38 Kroos trataría fallidamente de emparejar. Faltan siete, más la reposición, pensábamos. Vela intentó y falló al 45.

Pero nadie mejor que los alemanes para saber que los partidos se ganan con goles y salieron con todo al segundo tiempo. Ocho llegadas serias de Palttenhardt, Kimmich, Werner, Reus, Kroos, Gomez y Boateng harían trabajar intensivamente a Ochoa, sus defensas y al equipo entero replegado los últimos minutos del partido a la protección. México sólo tendría dos intentos más de Layún en contrataques que ofrecieron momentos de emoción, pero nulos resultados.

Fue precisamente en ese último intento de gol de México, en el minuto 82, cuando casi coreábamos "ya sólo faltan ocho, siete, seis…" (más los tres de compensación que anunciarían después).

Así, en cuenta regresiva nacional, la Selección que tenía las encuestas en contra, la de la rotación criticada, la del técnico colombiano disruptivo, venció al equipo de las cuatro copas (54, 74, 90 y 14), al más reciente campeón, al que llegó invicto a este Mundial.

Una bocanada de ánimo a un país que lo necesita y lo agradece. Una lección para quienes conviene que digieran que los grandes se baten con los mejores y que al destino se le encara con arrojo y actitud.

En el domingo ruso del ¿cuánto falta?, al ¡no lo puedo creer!, nunca tan vigentes las famosas palabras del Perro Bermúdez: "qué bonito es lo bonito".

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