Morena nació como la principal fuerza política de oposición. Después de un breve lapso de vida pasará a ser el partido en el gobierno.
Morena y sus aliados han ganado la presidencia de la República, cinco gubernaturas, 19 Congresos Locales, la mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado.
Esta realidad ha dado lugar a que algunos analistas identifiquen la nueva correlación de fuerzas con una regresión a los tiempos del carro completo del viejo partido oficial. No es así.
El PNR-PRM-PRI es un partido que nació desde arriba, fue construido desde el Estado. Logró el enorme dominio que alcanzó a partir del cuerpo del Estado.
El fenómeno de Morena es completamente distinto. Nació desde abajo, a contracorriente. Se organizó por distritos electorales, luego por estados y municipios y finalmente hasta por sección electoral.
Surgió como combativa oposición al gobierno y al Congreso, a sus políticas y a sus reformas. Ahora Morena está del otro lado de la mesa. Y debe vivir también un proceso de transformación y adaptación a las circunstancias actuales.
En primer lugar, tiene que sustituir su fuerte disposición para actuar como oposición contestataria por una eficaz capacidad de gobierno. Esto implica un rápido y profundo cambio de mentalidad que implica generar una cultura que obligue a priorizar la capacidad de crear consensos en lugar de imponer su fuerza de mayoría.
En segundo lugar, sin perder la flexibilidad y capilaridad de un movimiento debe pasar a ser una institución democrática y estable.
En tercer lugar, debe fortalecer su identidad político-ideológica, manteniendo un anclaje programático que impida que las presiones propias de la nueva situación de fuerza gobernante la diluya.
Y en cuarto lugar, echando mano de todo su talento político debe convertirse en partido en el gobierno y no en partido del gobierno. Es decir, que debe encontrar su propio centro de gravedad, estructura y funciones para que, en efecto, forje una relación distinta con el gobierno.
A Morena no le toca ser oposición, pero debe construir y mantener un perfil propio que le permita como partido señalar lo que falta hacer. Y le permita al Jefe de Estado gobernar para todos.
Necesita, ahora todavía más que antes, hacer amplias alianzas. Mantener las alianzas que hizo en campaña y conquistar otras. Alianzas electorales, alianzas de gobierno, alianzas legislativas.
Por eso mismo, y por paradójico que parezca, requiere fortalecer su identidad. A mayor amplitud en las alianzas, más necesidad de anclaje.
Y siendo la democracia un componente grande de su horizonte doctrinario, Morena está obligada a constituirse como una institución perdurable dentro del amplio abanico de la pluralidad política del país. Debe trascender la coyuntura de una lucha extraordinaria para dar paso a la formación de un partido histórico que trace un visión de largo plazo para la conformación de un Estado democrático y de bienestar social.
Una fuerza gobernante es, asimismo, una fuerza dirigente. Morena debe tener la capacidad de ir más allá de su propia militancia y estructura. Es necesario reconocer al conjunto de variados interlocutores de la sociedad. El ejercicio político no se agota en la propia actividad partidaria. Hay que hablar con todos. Con empresarios y trabajadores. Profesionistas y financieros. Productores del campo y jornaleros. Ejidatarios y comuneros. Instituciones y movimientos. Migrantes y pueblos originarios. En fin, Morena debe hablar con toda la sociedad, y para empezar con los que no son de Morena.