Retrato Hablado

La academia da total libertad de expresión

Jorge Volpi vendería su alma al diablo para que lo hiciera director de orquesta, más que escritor.

Todos los días, a las dos en punto, frente a la mesa puesta, su padre recitaba: "Hagamos un jirón en el telón que cubre la noche de la historia para contarles lo siguiente, hijos míos…" Y emprendía el resumen de una novela europea, de una de sus óperas favoritas o el relato de uno de los episodios de la Revolución Francesa que sabía de memoria.

Fallecido en 2014, el cirujano ha sido la figura más importante en la vida del escritor Jorge Volpi. Hombre imponente, obsesivo, disciplinado y perfeccionista, lo mismo que inquieto y curioso, tansmitió a su hijo sus pasiones: la música clásica, la ópera y, sin quererlo (hubiera preferido que fuera médico), la vocación de escritor. Ésta, sin embargo, le vino más de la madre. Juntos veían series y películas de misterio en la televisión: Dimensión desconocida, Ajedrez fatal, Cosmos. Algún día, él también contaría historias.

Frente a su padre, se cubría los oídos. Detestaba su música. Y rechazaba los libros que le recomendaba. Desdeñó a Salgari y a Victor Hugo. "Ahora, en cambio, soy un fanático absoluto de la música clásica y la ópera para mí es lo más importante, incluso más que la literatura. Si pudiera vender mi alma al diablo, lo haría para ser director de orquesta".

Alumno de colegios maristas, Volpi estudió Derecho en la UNAM, aunque se inclinaba ya por la literatura. Cedió ante los ejemplos de Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol, los escritores abogados. Pero para el tercer semestre ya estaba tomando las clases de Hugo Hiriart y Salvador Elizondo, como oyente, en Filosofía y Letras. Y mientras tanto, una vez al año trabajaba en el Cervantino como anfitrión, uno de esos jóvenes que sirven como traductores y acompañantes de los artistas invitados.

Volpi tomó clases de guitarra, pero no aprendió gran cosa. Su primer empleo formal fue en la escuela de música de la Ollin Yoliztli. Se enamoró por primera vez entre músicos y sobre músicos publicó su primer libro, Pieza en forma de sonata para flauta, oboe, cello y arpa.

Su breve carrera como abogado estuvo ligada a la de Diego Valadés. Volpi fue jefe de redacción del suplemento de derecho del periódico El Nacional, que dirigió el exprocurador. Fue su secretario en la Procuraduría del Distrito Federal y asesor en su efímero periodo como cabeza de la PGR.

Tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la renuncia de Valadés, por recomendación suya, Volpi entró al Instituto de Investigaciones Jurídicas, pero renunció pronto y se inscribió a la maestría en Letras de la UNAM, y luego se fue a Salamanca, para el doctorado. "Son algunos de los años más felices de mi vida, libre, dedicado a escribir". Fueron los años durante los que escribió En busca de Klingsor. Volpi había publicado otros libros en México, sin mayor repercusión. Klingsor lo cambió todo: ganó el premio Biblioteca Breve, fue traducido a 25 idiomas, le dio una enorme notoriedad y lo introdujo por completo en el mundo literario. También generó una presión gigantesca para su siguiente obra.

Los años sucesivos fueron intensos: dio clases durante un semestre en Atlanta. Jorge Castañeda, canciller de Fox, le ofreció hacerlo agregado cultural en Berlín, pero acabó siéndolo en París porque, en realidad, no sólo no hablaba alemán, sino que de hecho no conocía Alemania. Renunció tres años más tarde junto con su promotor y vivió un tiempo en Roma. Fue profesor en Cornell y se mudó a San Sebastián, siempre para escribir.

Dirigió el Canal 22 y, tras cuatro años y algo de hastío, había conseguido que lo nombraran agregado cultural en Italia. Pero en una conferencia en una universidad española, criticó la guerra contra el narco y su nombramiento fue cancelado. "Hice lo que debí haber hecho. En el ámbito académico, no importa el puesto en el que estés, tienes absoluta libertad de expresión".

Después de otra temporada en España y en Princenton, Rafael Tovar –presidente de Conaculta– lo nominó como director del Festival Cervantino.

Hoy, el coordinador de Difusión Cultural de la UNAM ha publicado Una novela criminal, su primer libro sin ficción. Es el espeluznante relato del caso Florence Cassez, que Volpi vio de lejos, desde Francia.

Tenemos un recuerdo similar de la imagen televisada de Cassez, una bruja enloquecida, despeinada, que bramaba. En un principio le interesó el caso sólo como espectador, pero después, cuando regresó a México y atestiguó el enfrentamiento entre Calderón y Sarkozy (precisamente como director de Canal 22) y leyó el Teatro del engaño, de Emmanuelle Steels, Volpi decidió contar toda la historia de otra manera, como una novela sin ficción, un género que no había intentado.

"Creí que leyendo el expediente completo iba a encontrar la verdad, pero entendí que esa verdad no estaba ahí; que el expediente está lleno de irregularidades y de mentiras porque está hecho precisamente para hacer imposible conocer la verdad. Nadie va a encontrarla".

-Leñero decía que el periodismo no está en la verdad, sino en la verosimilitud.

-Sí, y justo el antecedente de este libro en México es Asesinato, de Leñero, libro que desde luego leí durante el proceso. También me dicen que esta novela es una crónica periodística extensa, que es periodismo narrativo.

Es una discusión ociosa, pactamos.

-¿Te gustó la experiencia?

-Mucho, aunque no es que piense repetirla próximamente en lo absoluto. Lo que sea, será ficción.

Lo que sea va a tardar, porque Jorge Volpi va a cumplir 50 años y lo que se ha regalado es un año sin escribir una línea, sin tomar notas siquiera. "Sirve para descontaminarse", dice. Y para reponerse de la turbación que produce la lectura de Una novela criminal.

COLUMNAS ANTERIORES

‘Estudié psicoanálisis para entender la locura propia’
Me cansé de ser perseguida y humillada y emprendí la lucha

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.