Retrato Hablado

'Entrar al sector público era ahora o nunca'

Desde sus primeros años entre Hidalgo y Chiapas, hasta sus obsesiones académicas, María Scherer retrata a José Merino.

José Merino fue a la escuela sin uniforme durante un año escolar completo. Y aunque dejes de serlo, dice, "piensas siempre como pobre".

Sus primeros años, entre Hidalgo y Chiapas, resistió a un padre alcohólico y violento. Su madre, una madre joven, era cálida pero ausente: alguien tenía que trabajar. Sin embargo, nunca dudó de la capacidad de sus hijos y los dotó de seguridad y confianza.

"Yo era un niño muy afeminado; me hacían la vida de cuadritos pero nunca me disculpé por ser quien soy; eso me definió en términos de mi relación con el mundo y de las expectativas que me hice de mí mismo".

Su hermano mayor, "un niño modelo", era figura de autoridad y fuente de certidumbre. Lo vigilaba; asumió el rol de padre.

La escuela no le interesaba a Merino. Lo aburría. Y tampoco le brindaba sentido de pertenencia. Era más bien un niño solitario. La adolescencia, en Querétaro, con su abuela, fue mejor. "Desarrollé una personalidad más propia, menos a la sombra de mi hermano". Y sus inquietudes profesionales cobraron forma. Le interesaba la psicología. Trabajó desde los 15: de carpintero, de repartidor de pizzas, de mesero. Terminó la preparatoria y perdió un par de años porque no alcanzaba el dinero para vivir en la Ciudad de México. En un viaje de exploración, cuando el plazo para inscribirse a la UNAM había vencido, se planteó Relaciones Internacionales como una alternativa de carrera. Presentó examen en el Colmex y luego descubrió el CIDE, que ofrecía becas de manutención. "El CIDE me acogió. Ahí me sentí protegido y bienvenido".

Merino se obsesionó con la escuela y con las matemáticas. Temía que lejos de ella, caería "en una espiral que me iba a llevar a inhalar cemento en una banqueta". Nunca había tenido nada, salvo aquella oportunidad. "Me dieron todo para cambiar mi trayectoria de vida, así que sería el mejor. No estaba dispuesto a perderlo todo".

Su siguiente obsesión fue estudiar el doctorado. Todo cobraba forma: le dieron la beca Fullbright y salió por primera vez de México, a Nueva York. Se instaló poco después del 9/11 en esa ciudad que aún le parece hostil. "En segundo semestre tomé Métodos Cuantitativos y fue el acabose. "Descubrí que lo quería en la vida tenía que ver con estadística y econometría. Me volví medio loco".

Más adelante, Merino conoció a su esposo y juntos decidieron abandonar el proyecto doctoral. "Es un proceso muy extenuante, muy estresante a nivel personal. Sentía que me estaba jugando la vida".

De nuevo en México, un trimestre con Juan Pablo Guerrero en el IFAI, pero "el tema de gobierno me pareció deprimente". Entró como profesor al ITAM y al diario El Centro para formar un área de inteligencia. En los medios de comunicaicón, había un hueco en el manejo de datos. Más adelante creó la misma unidad en El Economista y luego le hicieron una oferta en Univisión. Para proveerle servicios, fundó Data4. "Apenas empezamos y explotó esa cosa; claramente había una demanda de una consultoría que analizara, procesara y visualizara datos en México. Nos hicimos de clientes muy rápido".

Pero lo que disfrutaba de verdad era su trabajo pro bono, el que tenía que ver con seguridad, violencia y desaparecidos. Así nació Data Cívica, que pronto se posicionó como un actor en el entorno de derechos humanos. También ama sus clases en el ITAM: Economía Política, Teoría de Juegos e Investigación Cuantitativa Aplicada. Además es profesor en la maestría de periodismo en el CIDE. Y tiene reputación de rudo.

--¿Qué te falta?

--Quiero retirarme temprano, dedicar el resto de mi vida a leer y escribir. Compré un terreno en el bosque, en Tenango de Doria, Hidalgo, muy cerca de la frontera con Veracruz, en una zona boscosa, increíble. Me falta garantizar que la gente que quiero esté bien --mi mamá, mi esposo-- y se sienta protegida. Y me falta ser papá.

--¿Qué quieres escribir?

--Libros (pero sé que eso no va a pasar en el mediano plazo). O textos, pero sin atarme a la periodicidad. Escribiré cuando tenga algo que decir. La verdad es que nunca me han faltado espacios.

--¿Por qué si tu experiencia como servidor público fue tan nefasta decidiste meterte de cabeza al gobierno? (Será el director de la nueva Agencia de Operación de Innovación Digital del gobierno del DF).

--No lo tenía planeado, conocí a Claudia el año pasado y me pareció que era la única alternativa decente para la ciudad. Me fui involucrando más en la campaña y me pidió hacerme cargo por completo del tema de gobierno abierto y seguir en el tema de seguridad, junto con Ana Laura Magaloni. Pronto me quedó claro que no me iba a lograr safar y tampoco quería safarme. Me costó trabajo aceptar la oferta de Claudia (Sheinbaum) en términos de mi vida. En horas de trabajo, ingresos, responsabilidades y desgaste, éste es un movimiento en contra de mi bienestar. No es la decisión más racional pero era ahora o nunca. En algún momento tenía que romper esa distancia y ensuciarme las manos.

--¿Qué te asusta? ¿La burocracia?

--No. Sé que voy a enfrentar muchas trabas sobre todo por esta agenda que implica mucha innovación, pero lo que me asusta es ejercer dinero público.

Puede ser relativamente fácil regarla y entrar en responsabilidades públicas.

Necesito un equipo súper neurótico que me cuide en lo financiero. No quiero que nada en la agencia se gaste sin probar utilidad pública. Todo lo demás lo puedo capotear.

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