Marco Tulio Martinez Cosio

Respuesta a Porfirio Muñoz Ledo. Sí, dejemos de ser necios

   

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Hay sorpresas en la vida que no tienen parangón. Se nos presentan como una especie de golpe trémulo que nos cimbra para siempre. En mi vida he sido sorprendido varias veces, pero ninguna como lo fui el pasado sábado 12 de agosto, cuando leí un texto de Porfirio Muñoz Ledo sobre la reforma política de la Ciudad de México, publicado en El Universal. Quizá lo más sorprendente para mí fue la inauguración del texto con un título tendiente a descalificar, en lugar de debatir: "El ministro Laynecio". Como si la mofa a la persona descalificase per se sus argumentos. Pero algunos ya estamos cansados de esa "política". El ínfimo nivel de debate sobre los asuntos públicos es lo que me lleva a tomar como ejemplo el caso. Perdón de antemano, querido Porfirio, por usarte de ejemplo.

En próximas fechas, el Pleno de la SCJN se verá en la encrucijada de determinar si la reforma política de la Ciudad de México es contraria a la Constitución. Sin embargo, es importante precisar que lo que la Corte comenzará a discutir en estos días es únicamente el aspecto electoral de la Constitución de la Ciudad de México. En este sentido la pregunta es importante, porque se determinará la libertad de las entidades federativas para configurar su régimen interno en cuestiones político-electorales. Para tal fin, el ministro Javier Laynez ha presentado a los ministros restantes un proyecto de sentencia sobre el cual se discutirá y se tomará una decisión. Es decir, el proyecto del ministro Laynez no es una decisión de la Corte, sino el campo sobre el que se jugará el partido, si se me permite utilizar una metáfora futbolística. El resto de las impugnaciones de la reforma política de la Ciudad de México será discutido y resuelto posteriormente. Dicho proyecto de Laynez fue el que trató de criticar don Porfirio.

Lo lamentable de la situación, más allá de la descalificación evidente, es la conducta del autor de la nota –Muñoz Ledo–, un hombre que ha sido considerado como uno de los últimos líderes de izquierda. Incluso él se ufana públicamente de ser un hombre de izquierda, como si el hecho de serlo lo tornase más atractivo. Fue de los primeros hombres que se emanciparon, al menos en apariencia, del régimen priista. Y resulta una verdad de Perogrullo afirmar que Muñoz Ledo ha tenido importancia en las últimas décadas en la vida política mexicana. Portador, junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez, de las esperanzas de los mexicanos ávidos de un proyecto de izquierda. Sin embargo, el texto que ha osado publicar bien podría definirse como una pataleta frente al espejo de un hombre que no quiere que se discuta una decisión que él ha tomado, o al menos que él cree haber tomado, porque la reforma política de la Ciudad de México no ha sido una decisión unipersonal, por más que Muñoz Ledo quiera creerlo. No, Porfirio, la reforma política de la CDMX no eres tú ni tampoco es tuya. Quizás si esto estuviera claro, entonces no llegaríamos a descalificaciones personales en el debate político.

El artículo dice mucho más sobre la psicología del personaje –y de los personajes contagiados por la hibris en el juego político–, que de la reforma que pretende defender como boxeador abatido, sin atinar un solo golpe en el oponente. El texto trata de un hombre que porta la máscara de demócrata como si estuviese en pleno carnaval, pero que se enfada cuando se pretende discutir lo que él cree que fue su decisión. Un hombre que se dice ser de izquierda porque suena cool, pero que descalifica e insulta. Pudo haber solicitado en su carácter de Comisionado para la Reforma Política de la CDMX, que se le permitiese presentar sus argumentos de manera presencial ante el Pleno de la Corte, como lo hizo hace ya algunos años en el caso de la despenalización del aborto en el antes Distrito Federal el entonces Procurador General de la República, y ahora ministro, Eduardo Medina Mora. Eso sí hubiera sido una acción democrática y no injurias escondidas en la columna de un periódico, pero el hubiera no existe y lo hecho, hecho está.

Entonces sí, dejemos de ser necios: la reforma política de la CDMX no es tuya, mi querido Porfirio. Así como la reforma energética no es de Peña ni el sistema de justicia penal es de Mancera.

Empecemos a cuidar a las instituciones debatiendo con argumentos, y dejemos de una vez el caciquismo y protagonismo político. Y ojo, que lo dice un millennial.

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