Fuera de la Caja

Una semana

Las encuestas, al medir una ventaja abrumadora de un candidato, pueden fijar en la población la convicción de que su voto no es importante.

Pues estamos en la semana final del proceso electoral, al menos en lo que se refiere a campañas y votos. Ya después vienen muchas otras actividades, incluyendo pleitos, gritos y sombrerazos. Permítame dedicar la colaboración de hoy a un último esfuerzo por entender lo que puede ocurrir el domingo.

Es importante reconocer que la única forma que tenemos de aproximar el resultado del domingo es a través de las encuestas. Es decir, la creencia general de que López Obrador ganará el domingo, y tal vez por un gran margen, proviene de esas mediciones de opinión. Fuera de ello, cada uno de nosotros tiene acceso a un número limitado de personas, que con mucha probabilidad comparten con nosotros muchas cosas: nivel educativo, de ingreso, trabajo, zona de domicilio, prejuicios, costumbres, etcétera. Por lo mismo, las estimaciones que producen las encuestas y lo que comentamos con los habituales puede estar en conflicto, y de ahí muchas personas deducen que las encuestas no sirven. Incluso utilizan como argumento el que en las elecciones de los últimos dos años las encuestas han fallado mucho. Si usted recuerda los comicios locales de 2016 en México, sin duda así fue. Si utiliza al Brexit o a la elección de Trump como ejemplo, pues no fue así, nada más lo pareció.

Las encuestas son instrumentos de medición que pretenden medir lo que la población total piensa en un cierto momento, preguntando a un número pequeño de ciudadanos. Esto puede hacerse porque existe un resultado muy importante en estadística que se conoce como teorema del límite central. Éste dice es que si usted toma una muestra aleatoria (es decir, donde cada participante tenga exactamente la misma probabilidad de ser escogido), esa muestra se distribuirá como si fuese una normal, y la media de esa muestra tenderá a la media de la distribución de toda la población. A lo mejor suena un poco complicado, pero no lo es. Si usted quiere saber qué piensan 89 millones de mexicanos (que son los que podrán votar), basta con preguntarle a poco más de mil, siempre y cuando cada persona escogida tenga la misma probabilidad de aparecer.

Esto es precisamente lo que no puede hacerse. Imagine que pone usted todo el padrón electoral en una computadora, y escoge a los mil que van a ser encuestados. Cada uno estará en un lugar distinto, seguramente, y encontrarlo y preguntarle va a ser una tarea de tantos meses, que la encuesta jamás saldrá. Para reducir el problema, podría usarse como referencia la sección electoral, aunque hay 68 mil 436. Las pone usted en la computadora, y escoge mil, las visita y en cada una de ellas entrevista a una persona.

Pero eso tampoco es factible, de manera que lo que hacen las encuestadoras es seleccionar cien secciones, y en cada una de ellas entrevistar a diez personas. Años de experiencia con estos instrumentos apuntan a que el error no debería ser tan grande. Sin embargo, este procedimiento no es resultado de una verdad matemática, sino de una práctica generalizada. Si hay muchas encuestas, aunque cada una de ellas se haya sesgado por ese procedimiento, el promedio de todas puede servirnos de referencia.

Creo que no ha habido esa abundancia de encuestas, y por lo mismo tengo algunas dudas de las estimaciones que hemos visto. En lo que no hay duda es en que son ellas las que están produciendo el 'imaginario colectivo'. Un efecto importante es que al medir una ventaja abrumadora de un candidato pueden provocar en la población la convicción de que su voto no es ni importante ni necesario. No es así, los votos cuentan. Sin importar lo que haya visto en las encuestas, vote por quien usted considere preferible. Es muy importante hacerlo.

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