Fuera de la Caja

La cuarta narrativa

Macario Schettino opina que es muy posible que López Obrador no tenga idea de cómo gobernar, pero sin duda tiene una clara idea de cómo hacerse del poder y usarlo.

En las ciencias sociales, es muy común la creencia de que la economía determina todo el resto de la vida social. La perspectiva más conocida es la marxista, que afirma que la estructura económica es la que fija la superestructura política, jurídica, ideológica. Yo estoy convencido de que no es así, aunque las limitaciones que la economía produce tengan efectos indudables. Lo que establece la forma en que vive una sociedad es el cuento que legitima su existencia: su narrativa.

Creo que abunda la evidencia a favor de la postura de esta columna: primero aprendimos a vivir en grupos grandes, y después inventamos la agricultura, para empezar; primero legitimamos a los ciudadanos (burgueses), y después apareció el "capitalismo" (el de la definición de Marx). Al revés, los cambios económicos no transforman las sociedades, como lo muestra la historia de América Latina.

Precisamente por eso, la gran transformación que se vive hoy en el mundo no es producto de un gran cambio económico. Es decir, la idea de que la desigualdad creciente explica a Trump, al Brexit, y a todo lo demás que hemos visto en los últimos años, no tiene sustento. En buena medida, porque la desigualdad no ha crecido mucho, ni lo ha hecho en todo el mundo. En particular, en México, el impacto de la economía en la elección es, si acaso, marginal. Como sabemos, han sido la inseguridad y la corrupción los motivos determinantes.

Es el cuento lo que ha permitido a López Obrador ganar la presidencia, y él lo sabe. Y también percibe que sólo el cuento puede salvarlo del desastre que su desconocimiento e incapacidad permiten esperar de su gobierno. No debemos olvidar que en México se construyó una de las narrativas más poderosas del siglo XX, que además fue insuflada en la mente de todas las generaciones desde la II Guerra Mundial, a través del sistema educativo. López Obrador se anuncia como la recuperación de esa narrativa, y por eso su argumento de una cuarta transformación. No ha tenido que hacer mucho esfuerzo, porque su cuento resuena en la mente adoctrinada de los mexicanos que apenas recuerdan algo de educación primaria: hubo un pasado glorioso que nos fue arrebatado, primero por los conquistadores (y de ahí la primera transformación, la Independencia, que buscaba recuperar ese pasado); después, por los conservadores (y por eso la segunda transformación, la Reforma); muy pronto, por Porfirio (y de ahí la tercera transformación, la Revolución), y recientemente, por los neoliberales (y por ello él mismo encarna la cuarta transformación).

Esa malvada élite es la culpable de 30 años de malas políticas económicas que nos han llevado a la bancarrota (dijo el domingo), y serán culpables si acaso ocurre una nueva crisis (específicamente, el Banco de México). Ya son desde hoy los responsables de la inseguridad y violencia, que (dijo ayer mismo) proviene del intento de legitimación del usurpador Calderón, que impidió en 2006 el inicio de esta cuarta transformación, que hoy por fin ya tenemos.

Ayer le decía: esto es populismo electoral, que se transforma fácilmente en populismo político, conforme se destruyen las instituciones para establecer un contacto directo entre el líder y el pueblo.

Es la narrativa, pues. Lo que no supieron hacer los cuatro últimos gobiernos (cabe reconocer que Salinas sí inició la construcción de un nuevo cuento, pero no pudo culminarlo). El muy grave error de los técnicos en el poder (Zedillo, Fox, Calderón, Peña Nieto) fue ignorar la importancia de contar con un cuento creíble, capaz de sustituir la narrativa del nacionalismo revolucionario. López Obrador no va a cometer ese error. Es muy posible que no tenga idea de cómo gobernar, pero sin duda tiene una clara idea de cómo hacerse del poder y usarlo. En eso está.

COLUMNAS ANTERIORES

La cuarta
Ya se van

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.