Fuera de la Caja

Enojo mexicano

Macario Schettino analiza y concluye que en lo único en lo que México ha empeorado ha sido en violencia y e inseguridad.

Me sorprende un poco la insistencia en que México está peor que nunca antes. En lo único en que creo que hemos empeorado notoriamente, comparado con las últimas décadas, es en la inseguridad y violencia. Y bastaría con eso para estar enojado, no lo niego. Pero cuando se extiende la queja a todo lo demás, se banaliza y se hace imposible de resolver.

No tiene México hoy los niveles de pobreza o desigualdad mayores de su historia, por el contrario. A grandes rasgos, la proporción de mexicanos en pobreza (en el nivel que usted defina) es hoy inferior a cualquier medición del siglo XX. Lo mismo ocurre con la desigualdad. En ambos casos, quedamos muy mal parados al compararnos con otros países del mundo, como ha sido desde que existimos. Recuerde usted que América Latina es el continente más violento y más desigual del planeta. Sin ser los peores al interior del grupo, no estamos nada bien.

Tampoco creo que debamos quejarnos en exceso del comportamiento económico del país. Otra vez, tenemos un crecimiento mediocre, pero perfectamente dentro del estándar latinoamericano. Incluso Brasil, que hace muy poco nos ponían como ejemplo, ha regresado al nivel que tenía antes, y su crecimiento de mediano plazo (25 años) es incluso inferior al nuestro. Por otra parte, hemos logrado salir de la tradición latinoamericana de sólo exportar materias primas, y por eso nuestro crecimiento es mediocre, pero estable.

Lo que sí ha ocurrido en México en los últimos 25 años es una ampliación de la disparidad regional. El centro-norte y norte del país ha crecido a ritmos importantes, sin contar el cuadrángulo Nayarit-Sinaloa-Durango-Zacatecas, que ha sido más lento. El sur del país ha estado estancado, y el centro se ha movido muy lento. El golfo, con la crisis de Pemex, lleva años viviendo una tragedia. Se entiende que cada entidad vea el comportamiento económico de manera muy distinta. Es una desgracia que la Ciudad de México tenga una voz desproporcionada en medios y academia, y haya creado la idea de que a todo el país le ha ido mal. No es así.

Finalmente, la corrupción. Ésta fue una parte consustancial al viejo régimen. Se trataba del mecanismo de resolución de conflictos por excelencia. La ley no era necesaria, porque la negociación resolvía, y en política, dicen, lo que cuesta dinero es barato. El fin de ese viejo régimen nos dejó sin leyes útiles, y sin controles de esa negociación, que se dispersó en decenas de gobernadores, grupos de interés, sindicatos, que paulatinamente derrocharon todo lo que pudieron. En paralelo, y en ocasiones sumados, a un crimen organizado también sin limitación alguna.

El comportamiento criminal de algunos gobernadores ha provocado una explosión de enojo en México. Los responsables de gobernar saquearon el erario, despojaron a la población y, según evidencias en proceso, robaron y mataron, o al menos lo ordenaron y permitieron. Sentir enojo es lo menos. Rabia. Furia. Desesperación.

Pero es eso lo que tenemos que resolver. No tenemos que destruir la casa porque el baño no funciona. Habrá que arreglar el drenaje y dejar ir la mierda. Aunque eso implique reconocer cuánto nos hemos embarrado cada uno.

El problema se llama impunidad: no se castiga a quien rompe las reglas. Ni al gobernador que saquea ni al juez que compra exámenes ni al policía que abusó ni al asesino ni al ratero. Cambiar las cosas requiere limpiar los establos de Augías, como Hércules. Habrá que invertir mucho tiempo y mucho dinero. Concentrarse en acabar con la impunidad como el eje de toda la vida pública.

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