Fuera de la Caja

Calderonismo

Es conveniente asignar a Anaya la responsabilidad que le corresponda en la crisis del PAN, pero sin olvidar los seis años en los que Calderón hizo con ese partido lo que se le antojó.

En 2006, quienes no queríamos que ganaran López Obrador o Roberto Madrazo terminamos apoyando a Felipe Calderón. Como usted sabe, ganó por muy poco, y el inicio de su gobierno fue muy complicado en cuestión política, con un tercio del Congreso prácticamente en rebeldía. La decisión que tomó en el primer mes de su administración, de involucrar más a las Fuerzas Armadas en el combate contra el crimen organizado, se ha convertido en la más criticada de todas. Sin embargo, cuando se haga una evaluación menos apasionada de su sexenio creo que se reconocerá que hubo aciertos en su presidencia. Le tocó enfrentar el alza brutal en precios de granos, que empobreció a la mitad de los mexicanos desde 2007. Luego, la peor crisis financiera global en décadas. De ambos golpes, el gobierno logró salir, aunque para ello haya iniciado el proceso de endeudamiento que después se convertiría en un problema.

Pero es posible que la evaluación histórica de Felipe Calderón no se centre demasiado en su presidencia, sino en su papel como dirigente político en ese sexenio, y en el siguiente. Como usted recuerda, Calderón intentó heredar la presidencia a Ernesto Cordero, pero fue derrotado por Josefina Vázquez Mota. Aceptó la candidatura a regañadientes, y estoy convencido de que prefirió que ella perdiese la elección. Se puede criticar mucho a Josefina como candidata, especialmente después de lo ocurrido en Estado de México el año pasado, pero en febrero de 2012 estaba a un par de puntos de Peña Nieto, y en capacidad de competir seriamente por la presidencia. Calderón la dejó morir, o la ayudó a ello.

Para ese entonces, Calderón ya había causado serios desajustes al interior del PAN. Hoy se acusa a Ricardo Anaya de haber destruido el debate interno en ese partido, pero se olvida cómo Calderón impuso desde la presidencia de la República a los líderes del partido, uno tras otro. Se olvida cómo fue convirtiendo al PAN en una especie de PRI, colocando leales en todas las representaciones en los estados, subordinando al gabinete, controlando las listas de candidatos. Anaya puede haber enterrado al PAN, en esa interpretación, porque la muerte había ocurrido mucho antes.

Ahora, en la campaña de 2018, Calderón se empeña en destruir los restos de ese partido. Promovió la candidatura de su esposa, quien seguramente tiene virtudes personales, pero ninguna de carácter público. Promovió la ruptura de sus leales con Anaya, al extremo de facilitar un golpe de estado en el Senado a favor de Emilio Gamboa, de donde han salido los más vocales atacantes del candidato del PAN, o más bien, del Frente.

El empecinamiento de Felipe Calderón fue una gran virtud en 2006, y le permitió ganar la presidencia. Hoy es un pesado lastre, que puede dar como resultado lo que impidió hace doce años: el triunfo de López Obrador, a quien él mismo calificó como "un peligro para México". Si AMLO lo es o no, es lo de menos: ése fue el argumento que esgrimió Calderón para ser presidente hace doce años. Hoy los calderonistas acusan de lo mismo a Ricardo Anaya.

Como hemos comentado en otras ocasiones, es muy probable que después del 1 de julio vivamos una época totalmente diferente en la política mexicana. Es muy probable la extinción del PRI, y muy poco probable que PAN y PRD puedan regresar a su forma original. Tampoco parece factible que Morena logre consolidarse, más allá del liderazgo personal de AMLO. En este proceso, sería muy conveniente que evaluemos con cuidado la historia reciente del PAN. Deslindar responsabilidades, asignando a Anaya las que sí le correspondan, pero sin olvidar los seis años en los que Calderón hizo con ese partido lo que se le antojó.

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