Luis Wertman Zaslav

De cabeza

Si perdemos la capacidad de indignarnos como mexicanos, entonces daremos paso a un sentimiento que crece a diario y es el hartazgo de nuestro sistema político.

La imagen de una bandera mal arriada puede ser, al mismo tiempo, metáfora y explicación del estado actual de las cosas. No sé si el error hubiera sido menos grave, si este tipo de incidentes en México fueran la excepción y no, tristemente, la regla.

En este sentido, la frecuencia con la que sabemos de esta clase de tropiezos, dislates, confusiones, verdades a medias y corruptelas, nos está arrebatando un elemento indispensable para construir un país mejor: la sorpresa.

En otros momentos, he narrado (sin ningún placer) que no salimos bien de un escándalo, cuando ya estamos metidos, como país, en otro. Si la capacidad de asombro es la semilla de la justa indignación, creo que de tanto brote ya nos acostumbramos a que todo se encuentre de cabeza. Y ése es el verdadero peligro.

Si perdemos la capacidad de indignarnos, entonces le daremos paso a un sentimiento que crece a diario y es el hartazgo; pero atrás, no viene muy lejos la sensación de que no existe remedio para nuestros problemas.

Como sociedad ya vivimos épocas así. La frivolidad y la corrupción de los años 80 expulsó a millones de mexicanos hacia Estados Unidos, y las consecuencias de la crisis de 1994 sacó a otro tanto de mujeres y hombres, que prefirieron probar suerte (y muchos la lograron) en lugares distintos a su nación.

La transición política del nuevo siglo nos dio tanta esperanza, que la decepción de la presidencia de Vicente Fox todavía nos afecta en la sobremesa. El sexenio que siguió nos trajo una supuesta guerra contra el crimen, que terminó por empujarnos a votar por los de siempre (pensando que podían hacer lo de siempre) con tal de regresar a la paz. No ocurrió.

Si en los próximos meses llegamos a la conclusión de que no hay remedio, entonces repetiremos ese éxodo ya no nosotros, sino nuestros hijos. Igual que en esos momentos, tendremos que admitir nuestro fracaso social y pedirles a los jóvenes que busquen otra tierra para prosperar.

Lo dramático es que este país tiene todo lo necesario para ser el lugar ideal para vivir. De hecho, lo es. Nos falta asumirlo y evitar a toda costa darnos por vencidos. Tan sólo esta semana, el pleito absurdo entre un candidato y una institución, que se supone no debe ser utilizada para fines políticos, es prueba de que somos mucho más que este sistema que parece haber perdido el control (y la cabeza).

Necesitamos una sacudida, no me cabe la menor duda. Pero una que sea pacífica, vía las urnas, y con la participación masiva de una sociedad mexicana que debe recuperar la esperanza real de que podemos transformarnos. Nunca había sido más urgente esta definición, estemos a la altura en los siguientes meses.

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