Luis Wertman Zaslav

Calma

Si lo que se buscaba para esta elección presidencial era un pronóstico diferente, entonces se debieron atender los dos factores que la han dominado desde el principio: la corrupción y la inseguridad.

La mejor definición de "locura", dijo Albert Einstein, es hacer lo mismo y esperar resultados distintos. He compartido esta frase en muchas ocasiones, pero nunca pensé que pudiera aplicarse con tanta claridad al momento actual que vivimos en México.

Si lo que se buscaba para esta elección presidencial era un pronóstico diferente, entonces se debieron atender los dos factores que la han dominado desde el principio: la corrupción y la inseguridad.

En el caso de la primera, los resultados en su combate son poco satisfactorios para una sociedad mexicana históricamente afectada por el enriquecimiento y la impunidad de una clase política y un sector del empresariado que se ha favorecido con ello. En lo que respecta a la segunda, no sólo el modelo se quedó corto para detener al crimen, sino que generó mayores incentivos para que la delincuencia actuara sin control en muchas regiones del país.

Faltan menos de cuatro semanas para la votación y las proyecciones señalan un cambio de régimen, ese mismo que no se concretó en cuatro comicios anteriores (1988, 1994, 2006 y 2012), y lo que se aprecia es una alineación de intereses entre grupos, antes irreconciliables, debido a los magros resultados que tenemos en lo social y en lo económico.

Como sucedió en el año 2000, el hartazgo superó al miedo. En el fondo, esta campaña fue la de hace 18 años, una que cohesionó a millones de personas cansadas del mismo sistema y que terminaron por impulsar una opción distinta a la Presidencia, pasara lo que pasara después.

No entraré en los elementos políticos que dividieron a los aliados de siempre y, en consecuencia, fragmentaron sus posibilidades desde el comienzo de esta carrera. Esos estuvieron a la vista. Sin embargo, es importante considerar que, fuera de los acuerdos cupulares tradicionales, el cansancio permeó en todos los sectores de la sociedad mexicana y se subestimó su tamaño, que se podrá calcular luego del domingo 1 de julio.

También el temor a la figura que aprovechó mejor ese rechazo desapareció poco a poco, y hoy los mensajes de calma desde los fondos de inversión, algunas corredurías y del propio empresariado mexicano, anticipan que el principal riesgo para México se encuentra en no estar unidos frente a lo que decida nuestro vecino del norte.

¿Qué nos toca hacer a los ciudadanos? Dos acciones muy concretas: salir a votar con libertad, y en cuanto se sepa quién es el vencedor, participar e intervenir en las decisiones que tome un nuevo gobierno. Creo que podremos estar tranquilos de aquí al día de la elección, pero nunca más pasivos frente al destino que debe tener nuestra nación.

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