Democracia Eficaz

El desafío de los partidos después del 1 de julio

PRI y PAN deben evaluar sus fallidas coaliciones, y el desafío de Morena es evitar ser un mero apéndice del gobierno.

Sorprende que el candidato presidencial del PAN siga sin tomar una postura clara y dé paso a un nuevo liderazgo que asuma la reconstrucción de ese partido. Los números muestran que la coalición Por México al Frente fracasó: el PAN hubiera ganado más solo que acompañado por el PRD y Movimiento Ciudadano (MC) que trabajaron para su causa o para la de López Obrador, más que para la de Anaya. Por ejemplo, mientras que para la elección presidencial el PRD aportó sólo 2.9 por ciento de la votación de Ricardo Anaya, para la elección de sus propios legisladores aportó 5.5. En el caso de MC, le dio 1.8 por ciento de votos a Anaya pero 4.8 a sus senadores.

No sólo PRD y MC aportaron poco, sino que bloquearon a aspirantes del PAN que querían ser candidatos y que fueron marginados para que la coalición funcionara. Al final, Anaya enardeció a muchos cuadros de su partido, lo debilitó y a cambio obtuvo migajas. Muchos candidatos del PRD y MC se beneficiaron de la coalición (el PAN era el partido mayor), pero muchos simpatizantes de esos partidos votaron por López Obrador.

En 2009, Germán Martínez, entonces presidente del PAN, dio una muestra de congruencia y dignidad cuando la misma noche de la jornada electoral en al que el PAN perdió cinco de seis gubernaturas, presentó su renuncia. Y los números eran mucho mejores que ahora: en promedio, sus derrotas fueron por siete puntos.

El silencio de Anaya y cualquier intento por regresar como presidente del PAN sólo alargarán la crisis interna del partido. Menguado como está, ese partido es la segunda fuerza del Congreso y la mejor posibilidad de algún contrapeso a la coalición ganadora, pero debería ya estar con la mirada puesta en cómo fungir como una oposición efectiva (lo que significa ser tanto colaborador como vigilante y exigente del nuevo gobierno). Pero han pasado días desde la elección y lo único que hay es silencio dentro de ese partido.

La reconstrucción del PRI también requiere acción inmediata. Primero hacer un ejercicio de diagnóstico crítico de lo ocurrido. No todo es culpa del presidente Peña Nieto, pero tampoco podrían dejar de señalar que como el primer priista del país produjo, con su negligencia y tolerancia a la corrupción, un daño mortal a la imagen del partido. No sólo eso, Peña Nieto también es causante de que su legado esté en riesgo y con ello los importantes cambios estructurales que hoy están en marcha y que sería muy costoso revertir.

El gran problema del PRI es el de siempre: no puede hacer el deslinde por lealtad y sumisión al presidente en funciones –la misma que afectó al candidato presidencial y lo colocó en un lejano tercer lugar. Eso es justamente lo que castigaron los electores al no darle apoyo a José Antonio Meade, a quien le concedían atributos personales positivos, pero que a la vez desconfiaban por esa lealtad que a veces parece complicidad.

Sin un mea culpa, el PRI arrastrará un costal de agravios, interpretaciones, visiones alternas y será incapaz de ver al futuro. Si la racha perdedora continúa, el PRI podría entrar en franca fase de extinción en algunos años. Hoy todavía cuenta con 12 gobernadores, pero la mayoría enfrentará congresos locales dominados por Morena y que limitarán su poder enormemente. Si la tendencia anti-PRI se mantiene, este partido podría perder el resto de las gubernaturas con que aún cuenta en el transcurso del sexenio de López Obrador.

En el caso de Morena el problema es cómo administrar la abundancia. Tanto la resequedad como el exceso de cebo son problemáticos si se administran mal. El partido de López Obrador todavía no lo es: asemeja más a un oleaje en búsqueda de estructura, disciplina y cuadros competentes. El riesgo de construir un partido desde el gobierno es justamente el que padeció el PRI cuando todavía como Partido Nacional Revolucionario fue diseñado desde la cúpula del gobierno para dar orden a la transferencia pacífica del poder. Corolario: acabó siendo un partido al servicio del presidente, fuera quien fuera, y nunca fue capaz de adquirir autonomía (ni siquiera ahora después de su peor derrota).

Morena será estructurado desde Los Pinos. La agenda de gobierno de AMLO requiere un partido disciplinado y será el presidente quien decida sus cargos directivos. Aunque muchos candidatos de Morena han sido seleccionados mediante encuesta, López Obrador tendrá la voz final cuando haya controversia.

El desafío de Morena es evitar ser un mero apéndice del gobierno. No es malo que Morena apoye al presidente, la pregunta es si con el paso de los años podrá tener su propia vida interna y diferir del Ejecutivo cuando sea el caso. Seguramente no será posible durante la era AMLO, quizá después sí sea factible. Ya lo veremos.

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