Lourdes Aranda

El precio de la paz en Siria

Lourdes Aranda señala que en momentos en que la comunidad internacional rechaza a los refugiados y migrantes, una tercera parte de los 68.5 millones de desplazados en el mundo son sirios.

La ONU dio a conocer la semana pasada que el número total de personas desplazadas en el mundo aumentó en proporciones alarmantes en 2017, para alcanzar los 68.5 millones de personas –equivalentes a la población de Tailandia–, que incluye refugiados y desplazados internos. Siria es hoy el lugar de origen del mayor número de desplazados en el mundo, la tercera parte de los refugiados en el mundo son sirios. 3.5 millones de sirios están en Turquía, un millón en Líbano y más de medio millón en Jordania y en países europeos. En el transcurso de los últimos meses, la alianza entre Rusia e Irán –que sostienen al régimen de Bashar al Assad– ha hecho factible vislumbrar el fin del conflicto y, con él, la posibilidad de terminar con el éxodo sirio.

Los gobiernos ruso e iraní han coordinado sus ataques de manera efectiva. Teherán ha implantado un sistema de milicias eficaz en las ofensivas por tierra, mientras que Moscú ha sido responsable de los bombardeos aéreos y del sistema defensivo externo, sin que haya transferencia de tecnología.

Hay numerosas interrogantes sobre lo que supone el triunfo del régimen para el equilibrio regional. Ambas potencias han logrado expandir su presencia militar y estratégica a costa de sus rivales. Rusia tuvo un papel fundamental al respaldar al ejército sirio para mantener el acceso al Mediterráneo y evitar una intervención decidida de Estados Unidos a favor de la coalición rebelde. En ese sentido, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha aprovechado las vacilaciones de Barack Obama y Donald Trump para afirmarse como el principal mediador del conflicto.

Por su parte, Irán ha establecido bases militares, que le permiten comunicarse de manera directa con el Hezbolá libanés. El afianzamiento de Irán y su influencia creciente entre los chiítas es motivo de alarma para los saudíes, quienes han intervenido en los países del Golfo y en Yemen, y para los israelíes, aprensivos de que haya tropas iraníes cerca de su frontera.

Además de avanzar sus intereses geoestratégicos, la alianza ruso-iraní espera ventajas económicas en el corto y mediano plazo. Moscú tiene apostadas tropas para defender las principales zonas de producción petrolera del país y ha sellado un acuerdo con Damasco para contar con derechos exclusivos para producir combustibles. Teherán ha extendido líneas de crédito para importar bienes iraníes y ha obtenido un permiso para construir un puerto y los derechos para que una filial de su principal empresa de telecomunicaciones sea la principal proveedora de telefonía celular en Siria.

Al mismo tiempo, ambos gobiernos están obligados a velar por el futuro de Siria y son de los principales proveedores de ayuda para paliar las necesidades de la población. Rusia ha enviado víveres y medicinas a zonas afectadas. Irán en particular trabaja con organizaciones religiosas en la reconstrucción de mezquitas, hospitales y escuelas. La alianza entre Rusia e Irán fue vital para derrotar al Estado Islámico (EI) en territorio sirio y buscan ser indispensables para sellar la paz en el país y ser un factor para su pacificación paulatina.

La mayoría de las discusiones internacionales sobre el futuro de Siria se centran en que, al terminar el conflicto, la gente desplazada vuelva a sus hogares. Esta solución es natural y lógica, pero implica condiciones actualmente inexistentes en Siria. Como ha señalado la Comisión Internacional de Investigación de la ONU, las fuerzas de Al Assad han empleado de manera recurrente gases tóxicos en sus ataques a territorios que controlan sus opositores, causando perjuicios graves a la población civil. Para lograrlo, serían necesarias condiciones indispensables como una mínima estabilidad política, desmantelar milicias, adecuar el marco jurídico para dar seguridad a los opositores al régimen y darles oportunidades de empleo.

Desde hace un decenio, cada año que pasa se rompe el récord de personas desplazadas en el mundo, desde 1946. La posibilidad inminente del cese el fuego en Siria –la mayor tragedia humanitaria de nuestros días– transmite esperanza, pero despierta varias interrogantes.

Como en el futuro inmediato no será viable repatriar de manera voluntaria a millones de personas a su país de origen, habrá que hallar un equilibrio temporal para acomodarlas de manera más humana en donde se encuentren. Es probable que la comunidad internacional no quiera apoyar a Rusia e Irán en esta tarea. Adicionalmente, poco puede esperarse de la comunidad internacional en momentos en que democracias –no sólo regímenes autoritarios– rechazan a refugiados, criminalizan a migrantes y desdeñan sus derechos humanos.

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