El Globo

El zar Vladimir

Putin es un símbolo de restauración del antiguo poder soviético; es casi una representación nostálgica de los zares y su corte imperial, con el ejercicio absoluto del poder.

El nuevo presidente de Rusia es... sí, tiene usted razón, el mismo. Vladimir Putin fue reelecto con el 'sorprendente' 77 por ciento de los votos y el día de ayer asumió su cuatro mandato como presidente de la Federación Rusa. De concluir este periodo se mantendría en el poder hasta 2024, con lo que sumaría 25 años ejerciendo el poder total y absoluto de Rusia.

Se hizo del poder con una hipotética conspiración para hacer a un lado a Boris Yeltsin en 1999, según algunos investigadores británicos, como resultado de una extorsión al propio presidente Yeltsin a causa de supuestos actos de corrupción (una casa de campo a las afueras de Moscú). Putin, exagente de la KGB, experto en espionaje e inteligencia, 'convenció' a Yeltsin de nombrarlo su vicepresidente, y menos de un año después, Yeltsin se retiró por enfermedad con lo que Putin subió al poder antes de sus primeras elecciones. Desde entonces, 18 años, ha sido presidente en tres ocasiones y primer ministro en dos, alternando con su aliado político Dimitr Medvedev quien, por supuesto, ayer fue designado una vez más primer ministro de Rusia.

Putin es un símbolo de restauración del antiguo poder soviético. Es casi una representación nostálgica de los zares y su corte imperial, con el ejercicio absoluto y total del poder.

Durante estos 18 años, el zar Vladimir ha controlado y restringido las libertades, principalmente de expresión, y con ello la cobertura mediática. Ha perseguido a la oposición no sólo hostigado y presionado, sino en múltiples casos encarcelando a líderes y activistas. Ha suprimido la crítica, desde cantantes y figuras televisivas hasta la desaparición de periodistas y políticos. No hay duda del talante totalitario y absolutista del zar Vladimir.

En su gobierno anterior, bajo la premisa de "asegurar las fronteras y consolidar un territorio seguro para la Federación", Putin invadió Ucrania y le arrancó casi 25 por ciento de su territorio; intervino Siria con una operación militar abierta en territorio extranjero y en confrontación con las fuerzas estadounidenses.

Tan sólo ayer, fueron arrestadas mil 600 personas frente al Kremlin que gritaban "Tú no eres nuestro zar", poco antes de ser reprimidos por una nueva fuerza Cosaca, con guardias con capa y gorra rusa –shabka- al estilo de los jinetes de las estepas.

Seducido por los símbolos, subyugado por las puertas doradas del Kremlin y los candiles de miles de prismas, Putin se hizo 'ungir' para su cuarto gobierno frente a un 'selecto' grupo de seis mil invitados, con la presencia del patriarca de la Iglesia ortodoxa, Kiril, quien le hizo entrega de un ícono antiguo.

Si a todo esto sumamos las ya comprobadas operaciones de sabotaje digital y electoral en Estados Unidos para impulsar la candidatura de Trump, orquestadas por agentes y entidades relacionadas al gobierno ruso; operaciones semejantes para influir el Brexit; el espíritu constante de disminuir y debilitar a la OTAN y a la propia Unión Europea, el zar Vladimir se ha convertido ya no digamos en el dictador de Rusia, sino en la mayor amenaza para Occidente y la democracia occidental. Por lo menos, otros seis años de Putin en el Kremlin con –hay que decirlo- una popularidad extendida, pero con un elevado índice de represión y censura.

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