Opinión

La verdadera tragedia


Mario Rodarte E.
 
Nuevamente la naturaleza se ensañó con los más necesitados, quienes viven en las zonas de alto riesgo, no disponen de infraestructura y carecen de los medios para reconstruirse. De entrada la pregunta que nuevamente debemos hacernos es ¿cómo fue que llegaron ahí?, aunque la respuesta ya la sabemos todos: gracias a la corrupción de unos cuantos. Muchos de los pobladores que habitan en zonas de alto riesgo son paracaidistas o invasores de tierras, aunque también hay quienes llegan a esos sitios guiados por sus líderes, quienes se encargan de comprar la protección de las autoridades y consiguen algunas veces que se les proporcione algún servicio, como agua, que llega hasta una toma pública y fosas sépticas, porque el drenaje es imposible. En cuanto pueden se conectan a la electricidad, la cual roban y en cuanto logra llegar algún repartidor de comida chatarra o refrescos, inmediatamente se conectan al servicio de teléfono y telégrafo, instalando un aparato en un lugar público.
 
A la primera oportunidad comienza la construcción de viviendas, horadando el suelo, pero sin tener el debido cuidado para evitar que las lluvias intensas provoquen deslaves. Los pueblos empiezan a crecer, instalándose en las partes bajas, cerca de las corrientes de ríos, o de lagunas, que cuando llueve sube su caudal e inundan lo que encuentran a su paso. No hay caminos trazados en forma debida y con el paso del tiempo, los pocos vehículos que circulan y los propios habitantes van marcando las rutas por las cuales transitan para acudir a los mercados, a la escuela y cuando la cosa es extrema, al médico más cercano. Ni pensar que estas poblaciones cuenten con seguros, ya que las mismas aseguradoras se negarían a emitir una póliza, precisamente por el riesgo muy elevado y porque de seguro, en cuanto suceda una tragedia, las pérdidas serán totales. Ahora las autoridades han dicho que van a reconstruir y reubicar algunas localidades, por lo que habrá que tener cuidados extremos para que no sean los corruptos de siempre, o algunos nuevos los que ganen y la gente quede igual o peor que antes.
 
Hace algunos días la autoridad hacendaria defendió el cobro de un impuesto a los refrescos, acusando a los fabricantes de vender productos a cuanto puesto informal existe en la república, y lo que es peor, afirmar que muchas de esas ventas no se declaran. Lo que la autoridad no ha visto es que casi todos esos puestos tienen refrigerador eléctrico, electricidad y algunos hasta teléfono. ¿A quién se puede culpar de esto, si es que hay culpables? Esta es sólo una faceta de los males que causa la economía informal. En gran parte el problema de obesidad que padecen muchos mexicanos se debe a la economía informal, al ofrecer productos preparados con insumos de mala calidad, sin un balance adecuado de nutrientes, sin higiene y acompañándolos siempre de su debido refresco, para completar el cuadro. Ya el sobrepeso y la obesidad de la población es un problema de salud pública, aunque es poco probable que la autoridad respectiva tenga cuantificada la magnitud del problema y cuál es su costo para los recursos del erario. En este problema la informalidad va acompañada de su debida dosis o su gran componente de corrupción, que a todos nos cuesta.
 
Sucede normalmente cuando se propone una reforma o una miscelánea fiscal, que una gran cantidad de causantes, los que se dicen cautivos, salten inmediatamente y señalen con dedo flamígero a la corrupción y la informalidad, exigiendo que se les cobre lo que deben pagar y que de esta forma aumente la base de causantes. Luego no faltan los que sienten amenazados sus privilegios o paraísos fiscales y amagan con no pagar en tanto haya tanta burocracia a la que no se le exigen cuentas, no informa en que gasta y normalmente dejan el cargo con alguna o algunas cuentas millonarias, engrosadas a fuerza de trabajo duro y productivo, mediante el soborno, o de plano el robo artero del presupuesto, o favoreciendo amigos y familiares, quienes recompensarán en parte y en forma generosa los favores recibidos.
 
Algo que es digno mencionar es que no hay corrupto sin alguien que corrompa y al parecer, aquí todos esconden la cara. Acabar con el problema de la corrupción y sus males relacionados es tarea de todos, que debe empezar con un cambio de actitud. Evitar comprar en puestos públicos, ofrecer dinero a cualquier autoridad, a cambio de algún permiso o algún favor es algo que debe denunciarse, así como rendir cuentas es algo que los ciudadanos debemos exigir a las autoridades. No es posible seguir hablando del gran momento mexicano y esperar a que lleguen carretillas de inversión extranjera luego de las reformas, si no empezamos antes por cambiar de actitud y de actitudes ante estos problemas cotidianos. Cerrar los ojos y seguir hablando de lo mal que estamos no va a cambiar nada, hasta que seamos nosotros mismos los que impulsemos los cambios que queremos. Bien podríamos empezar por exigir al congreso que apruebe las leyes anticorrupción, por pedir a hacienda que exija cuentas del gasto y nos informe.
 
 
 

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