Opinión

La obsesión por la seguridad


 
María de los Ángeles Mascott Sánchez
 
 
Tenemos que hacer planes para la libertad y no sólo para la seguridad, por la única razón de que sólo la libertad puede hacer segura la seguridad.
Karl Popper.

En marzo de 2013 el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos (DHS, por sus siglas en inglés) cumplió su primera década de existencia. Creado a partir de la absorción de personal de 22 oficinas de ese país, actualmente es el tercer ministerio (secretaría de Estado) más grande en ese país, con al menos 240 mil empleados que realizan una amplia gama de actividades, entre ellas aviación, vigilancia fronteriza, protección civil, seguridad cibernética y protección frente a agentes químicos. Sin embargo, no centraliza todas las actividades de seguridad interna (participan también los departamentos de Justicia, Defensa, Estado y Transporte, entre más de 30 agencias gubernamentales más) y enfrenta cuestionamientos tanto de autoridades como de la población de ese país respecto de su eficacia y eficiencia.
 
 
A finales de septiembre de este año el Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos (CRS) presentó un informe ejecutivo sobre los asuntos de seguridad interna que podrían ser de interés para la Legislatura 113. En primer lugar, advirtió que todavía no existe una definición clara de seguridad. En segundo, exploró algunos de los temas que a juicio de su especialista William L. Painter son el núcleo de la seguridad estadounidense: terrorismo; seguridad fronteriza y comercial; inmigración; protección, respuesta y recuperación frente a desastres naturales, y coordinación para la seguridad.
 
 
En la actualidad las acciones de seguridad en Estados Unidos se basan en el documento Estrategia de Seguridad Nacional emitido en 2010 por DHS y la Casa Blanca. Por primera vez desde 2003, las directrices normativas no se limitan a las acciones contra el terrorismo, sino que se expanden para incluir los asuntos citados arriba. No obstante, muchos especialistas insisten en que en el día a día el terrorismo ocupa la mayor parte de la atención y presupuesto.
De acuerdo con la Oficina de Administración y Presupuesto estadounidense, entre 2003 y 2013 el gobierno de ese país ha gastado 564 mil millones de dólares en acciones contra el terrorismo; con su punto más alto en 2009 (73 mil 800 millones de dólares). A juzgar por este presupuesto, es cierto que a pesar de las regulaciones, este es el tema que más preocupa al gobierno de Estados Unidos.
 
 
Varios reportes del CRS sobre terrorismo señalan que la actual administración estadounidense ha decidido centrar sus actividades en la vigilancia de Al Qaeda y grupos afiliados, y no en células más pequeñas de organizaciones extremistas. A la atención en Paquistán, Somalia, Yemen, Mali, Túnez, Libia, Argelia, Egipto y Siria, las autoridades han sumado la vigilancia, con lupa, de grupos de islámicos nacidos y residentes en Estados Unidos. Ello explica que entre mayo de 2009 y septiembre de 2013 se haya arrestado a integrantes de al menos 50 grupos organizados de musulmanes radicados en el vecino país, así como de "inmigrantes sospechosos" de muchas otras naciones.
 
 
La vigilancia del gobierno estadounidense hacia musulmanes e inmigrantes seguramente seguirá siendo parte del centro de su política de seguridad nacional. El problema, me parece, es el riesgo de que la seguridad siga violentando derechos humanos. Habría que recordar la sentencia de Benjamín Franklin: "cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad, no merece ninguna de las dos cosas".
 
 
 
 

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