Opinión

La catástrofe del silencio


 
 
Rafael Aréstegui Ruiz*
 
 
Hace poco más de veinte años, Carlos Salinas de Gortari --ya como presidente electo-- le sugirió al entonces director de la revista Nexos, el que la revista realizara un ejercicio de diagnóstico sobre el estado de la educación en México. Un grupo de especialistas respondió al llamado con la convicción de que el resultado de los trabajos que se llevarían a cabo no sólo se publicarían sino que permitirían darle a la política educativa la relevancia que desde entonces era necesaria, parte de esos trabajos se publicó en el libro de Gilberto Guevara Niebla en carácter de compilador: La Catástrofe Silenciosa.
 
 
Al cabo de ese periodo, es lamentable que las conclusiones y sugerencias que arrojaban el resultado del esfuerzo de importantes especialistas del tema educativo que se resumían en el hecho de que todos los indicadores disponibles en ese momento señalaban que sin excepción y en todos sus niveles, la educación en México tenía un promedio escolar inferior a cinco y el nuestro era un país de reprobados.
 
Los autores se preguntaban entonces qué sucedió en la política educativa mexicana que llevó a una catástrofe silenciosa lo que en tiempos en que Jaime Torres Bodet le imprimió un carácter virtuoso en los años 40, en los que fue subsecretario primero y posteriormente Secretario de Educación Pública.
 

Durante esa primera gestión promovió la campaña Nacional contra el Analfabetismo (1944-1946), estableció el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio (IFCM) y el Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE) ambos en 1944.
 

En su periodo, el presupuesto destinado a educación se triplicó pasando de 78,679 millones 674,049 pesos en 1940 a 207 millones 900,000 pesos, con los cuales, las demandas académicas, materiales, profesionales y económicas de la educación fueron atendidas en todos sus niveles.
 
Jaime Torres Bodet regresó a dirigir la Secretaría de Educación Pública en el período del presidente Adolfo López Mateos en su segunda gestión, impulsó y puso en marcha el Plan para la Expansión y el Mejoramiento de la Educación Primaria, mejor conocido como Plan de Once Años; instituyó el libro de texto gratuito para la educación primaria, instaló los primeros 30 centros de capacitación para el trabajo industrial y mandó construir los museos de Antropología y de Arte Moderno, emprendió la revisión de los planes y programas de estudio de primaria, así como de la normal; y esas reformas obtuvieron la aceptación del magisterio.
 
 
Retomando la idea de la catástrofe silenciosa, ese diagnóstico llevado a cabo hace más de veinte años ya se señalaba como uno de los retos más importantes de la educación el que el Estado debería recuperar su poder en materia de la rectoría en materia educativa, acotando el desmesurado poder que ya para entonces tenía el sindicato.
 

Pero ya en aquel tiempo existían otros desafíos que desde fines de los 60 reclamaban acciones de política pública: El reto de la equidad en la educación que significaba desde entonces tomar medidas que atemperaran las desigualdades sociales de los contextos educativos y que deberían evitar tratar igual a los desiguales, porque solo se incrementaría la desigualdad.
 
 
También el desafío de la calidad que ya entonces reclamaba revisar la formación y actualización de la formación de los docentes, así como sus mecanismos de promoción, así como evaluar al conjunto del sistema educativo, revisando todos los factores que incidían en el rendimiento escolar.
 

Igualmente, el reto del financiamiento a la educación que ya para entonces era notorio lo insuficiente del mismo y la urgente necesidad de arribar al menos al 6% del PIB, pero lo fundamental no sólo era el incremento sino su asignación con base a rendimientos.
 
Asimismo, el desafío de la productividad, el empleo y la revolución científico- tecnológica, que ya desde entonces era evidente la disparidad y desventaja con respecto a los requerimientos del país.
 

¿Por qué se guardó silencio entonces? Ante la exigencia de esos cambios no se actuó, pero no fue por descuido u olvido. Deliberadamente se apostó por mantener el control sindical y en consecuencia se propició la catástrofe al punto que hoy se inicia la recuperación del papel rector del Estado en materia educativa, pero no se ven -ni por asomo- como se abordarán el resto de los retos del sistema educativo, actuando con base en proyectos aislados y ocurrencias.
 
 
*Doctor en Educación. Director General del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados.
 

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