Juan Antonio Garcia Villa

Retroceso en el legislativo

Es altísimo el número de aquellos con perfil bajísimo. Y también en experiencia, dice el columnista.

El oficio de parlamentario en nuestro país no ha sido, ni remotamente, uno de los puntos fuertes en la historia política del país. Según sostienen los historiadores Daniel Cosío Villegas y Enrique Krauze, salvo el breve periodo conocido como el de la República Restaurada, en el último tercio del siglo XIX, en general ha sido lamentable la participación del Poder Legislativo en la construcción de las grandes definiciones de la política nacional.

Y no sólo por una mera actitud omisa de diputados y senadores a lo largo del tiempo, no, sino principalmente por su conducta obsequiosa y sumisa, en ocasiones hasta llegar a la abyección, ante quienes sí definían el rumbo del país. De ahí el generalizado desprestigio de los legisladores mexicanos. Están en la parte inferior de la escala que mide la imagen de instituciones y personajes de la vida nacional.

Y ni para qué hacer referencia al caso de los diputados locales. De éstos decía en su tiempo Adolfo Christlieb que "poco hay que decir de ellos, no por falta de interés sino por ausencia de materia". Con ironía dijo también que lo poco que de esos legisladores estatales llega a saberse es lo que con no poca frecuencia aparece publicado en la nota roja de los diarios de provincia. Era proverbial, y en buena parte sigue siendo, su humillante servilismo al gobernador en turno. Algo se ha avanzado en la superación de este triste papel, pero no lo suficiente.

En fin, diputados y senadores que a lo largo de muchas décadas ni la menor idea tenían de los temas legislativos. Aunque tampoco se esforzaban por conocerlos y menos aún por dominarlos, pues bien sabían que el cargo era una especie de beca política en pago de favores de la misma naturaleza. Y en ocasiones de otra índole, más vergonzosa todavía.

Diputados y senadores, por un lado, que veían las Cámaras como estaciones de paso necesarias para hacer carrera política. Sin el incentivo de la reelección para periodos consecutivos. Ahora suprimida esta enorme traba (que por cierto, contra lo que muchos creen, no fue bandera de la Revolución de 1910) impuesta a principios de la década de los 30, teniendo como pretexto el asesinato de Obregón, según el decir de algunos estudiosos frustró la formación de la carrera parlamentaria. Ahora que ya hay reelección consecutiva en los cargos legislativos, habrá qué ver si en efecto produce el resultado esperado. Y de ser así, en qué tanto tiempo.

Lamentablemente las generaciones de legisladores que durante muchas décadas pasaron por las Cámaras, con mucha más pena que gloria, en particular durante el largo periodo de la hegemonía priista, no sólo no fueron auténticos legisladores en el sentido estricto del término, es decir, hacedores de buenas leyes, sino que menos aún cumplieron con la otra importantísima función de los órganos legislativos, que es vigilar la correcta orientación de la administración pública y de otras áreas de gobierno a través de la aprobación del presupuesto y de la verdadera rendición de cuentas.

No, nada de eso ocupó la atención y menos aún el interés de las legiones de supuestos legisladores, salvo de minorías parlamentarias, destacadamente la de Acción Nacional, que todo el tiempo fueron desoídas y abrumadoramente derrotadas en las votaciones, que no en el debate de tribuna.

Lo anterior viene al caso al conocer el perfil del grueso de diputados y senadores que ahora forman la mayoría parlamentaria en ambas Cámaras del Congreso de la Unión, de Morena y sus aliados. Es altísimo el número de aquellos con perfil bajísimo. Y también en experiencia. Es cierto que forman parte de ese grupo antiguos legisladores de izquierda, conocedores y curtidos en los trabajos parlamentarios. Pero son notoria minoría. Será lamentable que venga una reedición de las legislaturas al estilo del viejo priismo. Pronto lo veremos hacia dónde apunta la nueva tendencia. Por ahora en este primer mes ha sucedido no pronostica nada bueno.

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