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Hacer del hartazgo una oportunidad

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Basta recorrer algunas ciudades del país para reconocer los niveles de hartazgo de amplios sectores de la población.

Hartazgo respecto a la clase política en general, que se refleja en afirmaciones tales como "todos son lo mismo", "no nos sentimos representados", "ya les perdimos la confianza a los partidos y a las autoridades".

Hartazgo con los cuerpos de seguridad, de escuchar promesas sin cumplir, de la impunidad, de la corrupción. Hartazgo de la publicidad que sólo agrede y no propone. Hartazgo por los maestros que intercambian las aulas por las marchas y el chantaje. Hartazgo de los maestros que sí cumplen por tener que pagar ellos el costo de quienes cobran sin trabajar.

Hartazgo de cientos de jóvenes que no encuentran respuestas a sus sueños y de un sistema que premia poco el mérito y genera incentivos contrarios al trabajo, la productividad y la institucionalidad.

La lista parece interminable. Nos obliga a un urgente alto en el camino y hacernos preguntas obligadas como: ¿podremos convertir ese hartazgo en oportunidad de cambio?

El hartazgo puede significar la mejor y más grande oportunidad de cambio y transformación, o llevarnos a un rumbo que otros países ya han transitado con terribles consecuencias, como cuando el hartazgo provoca el desprecio por las instituciones y la democracia, dando vida a los mesías, a los populistas y a los autoritarios. Por los lobos con piel de oveja.

Es tiempo de que las élites, los partidos políticos, las autoridades en los diferentes niveles de gobierno y los encargados de impartir justicia escuchen este hartazgo y respondan a la exigencia ciudadana. Se trata de la oportunidad de convertir el hartazgo en el parteaguas que requiere nuestro país. Desde hace tiempo que las luces de las redes sociales nos demuestran que la sociedad mexicana es más madura y democrática de lo que los políticos suponen; esa sociedad decidió romper con la indiferencia para transitar al terreno de la participación y de la exigencia institucional. Es tiempo de darle la oportunidad de un futuro distinto.

La ciudadanía es el contrapeso indispensable para dar el gran salto democrático. Sus demandas de participación, su organización, su propuesta, vigilancia y exigencia cotidiana son retos a la clase política pero también constituyen la oportunidad de institucionalizar a la política mexicana. Más allá de siglas y colores partidistas, la posibilidad de transformar al país está a la vista.

Por el contrario, si no se da respuesta al hartazgo, si se ignora, minimiza o simplemente se transfiere la responsabilidad inherente al reclamo ciudadano, no sólo se perdería una gran oportunidad, sino que se pondría en riesgo la estabilidad del país.

Se aproximan las elecciones y muchos ciudadanos contemplan la posibilidad de renunciar al poder de su voto, optando por desacreditar cualquier esfuerzo y propuesta. Muchos ven como deseable acompañar alternativas que debilitarían aún más la vida institucional. Ambos escenarios entrañan riesgos reales de pérdida de libertades y de un mejor futuro.

Es tiempo de repensar a México, no con más diagnósticos sino con acuerdos y respuestas claras, con autocrítica y propuestas concretas, razonables y convincentes. Sobre todo, con la convicción de que nuestro país ya ha cambiado y no serán ni las formas ni los contenidos del pasado los que aminoren el hartazgo.

Es tiempo de repensar a México con el aliento de una ciudadanía que ha encendido una luz cada vez más potente, para día con día exigir cuentas a sus autoridades y también ser parte central de nuestra historia. Se trata de una oportunidad, no de un desafío a la legitimidad o integridad de la clase política.

En lugar del desaliento que provoca este hartazgo, es tiempo de responder con propuestas inspiradas en ideas como las de Luis de la Calle, destacado economista y consultor, quien afirma que los de hoy "son tiempos favorables y de una gran oportunidad para México porque muchas cosas han cambiado y decisiones que por diversas razones se habían venido aplazando, hoy tienen un terreno propicio para implementarse". La opción está ahí, al alcance de la mano.

Así, el hartazgo constituye un gran momento para ampliar el ejercicio de las libertades y fortalecer la vida institucional y el Estado de derecho. El hartazgo es también un enorme riesgo para sembrar desesperanza y decidir por alternativas que más temprano que tarde debiliten el andamiaje democrático que con enorme dificultad y esfuerzo se ha construido.

Ejemplos de alternativas sobran, en México y en otras latitudes. Pero pocas veces se presentan oportunidades tan grandes para construir un camino más sólido de cumplimiento de la ley. En cada uno de nosotros está una parte de la respuesta.

Twitter: @JosefinaVM

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