Visto desde Nueva York

El próximo presidente de México debe ser quien tome la corrupción en serio

 

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De repente parecería que la corrupción se manifiesta en todos los ámbitos y acontecimientos. Su ubicuidad es profundamente hartante y frustrante. Es como un cáncer cuya metástasis pone en riesgo al organismo e imposibilita terapia. Nos enfocamos demasiado en la consecuencia, y demasiado poco en las causas.

¿Qué pasaría en México si la corrupción desapareciera mágicamente? ¿Cómo se compraría la 'paz' sindical? ¿Cómo se lograrían consensos en las cámaras legislativas? ¿Cómo se alcanzarían fallos judiciales?

¿Quién trabajaría en diferentes niveles de la administración pública recibiendo sólo la magra remuneración oficial? ¿Quién arriesgaría su vida como policía (cuando un policía municipal gana algo así como dos mil 800 pesos al mes)? La corrupción es una especie grasa que posibilita lo que sin ésta se atoraría. Permite premiar y negociar. En forma curiosa, la corrupción se nutre de una debilidad institucional que a la vez compensa.

México se encuentra en una coyuntura peligrosa. Nos escandalizan la corrupción e impunidad crecientes, y nos preocupa la repentina reaparición del crimen y el recrudecimiento de la violencia, la evidente liga entre ambos fenómenos debería de preocuparnos. Analizamos superficialmente lo que ocurre y no proponemos soluciones proporcionales al tamaño de los problemas. Seguimos creyendo en recetas instantáneas. Pensamos que mágicamente surgirá quién resuelva, mientras nosotros sólo observamos.

El peor riesgo proviene de que el hartazgo se convierta en apoyo a políticos populistas que convenzan a los electores de que ellos son diferentes, aun sin proveer un ápice de evidencia que permita pensar que lo son, o de que todo se resuelve simplemente con que el presidente no robe, porque esa 'honestidad' se contagiará por ósmosis al resto de la administración pública. Ha habido presidentes esencialmente honestos, como fue el caso de Ernesto Zedillo, en cuyo sexenio hubo manifestaciones de profunda corrupción, como la que se dio alrededor de los recursos de Fobaproa para el rescate de los bancos. Los populistas buscan convencer de que hay recetas fáciles a problemas complejos. La corrupción sistémica lo es, y requiere de soluciones estructurales serias, que tomarán tiempo.

Hemos permitido que se arraigue esta estructura de gobernadores virreinales que simplemente maman los recursos federales que 'les tocan', sin rendir cuentas o dar resultados. Suman ya 17 exgobernadores que tienen problemas con la justicia, la mayoría provienen del PRI (porque era el partido con más gobernadores) pero ciertamente no todos. ¿Hay quien pueda afirmar que los nuevos gobernadores de partidos de oposición no caerán en lo mismo? En arca abierta, el más justo peca, y ésta lo está de par en par.

La opacidad es estructural. La única forma de incrementar la transparencia a nivel local es de abajo para arriba, profesionalizando a los estados y municipios para que se responsabilicen de recaudar localmente y de rascarse fiscalmente con sus propias uñas, sin depender de recursos federales. Recaudar localmente incrementa el escrutinio, también a nivel local, de quien administra los recursos fiscales. La solución pasa por formalizarlo todo. ¿Subsidios a la pobreza? Sólo para quienes estén en la economía formal, en la forma de impuestos negativos. Haciendo que el beneficiado exija recibos que podrá deducir, y cumpla con trámites ágiles y sencillos para pagar impuestos (aunque al hacer cuentas acabe recibiendo más que pagando). En otros países de América Latina, como Chile, el grueso de la población cumple con el trámite impositivo, no tenemos por qué creer que en México sería imposible.

Los congresos estatales, incluyendo a todos los partidos de oposición, han sido cómplices de una estructura que ha pasado de ser clientelar a delictiva. La misma opacidad que consiente financiar campañas, pagarle a estructuras clientelares y premiar a aliados, permite desviar recursos a empresas fantasmas, comprar inmuebles mediante testaferros, o simplemente llenar valijas con billetes. Ante la creciente flagrancia de estructuras grotescas alimentadas con recursos públicos, se vuelve imposible delimitar la frontera entre gobernante y delincuente. Se hace posible voltear la cara cuando algún audaz decide silenciar al periodista incómodo, y rechazar recursos provenientes del crimen organizado para financiar campañas se vuelve una táctica inocente y equivocada.

Si no hacemos algo en serio, los narcogobernadores se volverán norma. Provoca nausea la desfachatez de Javier Duarte en Veracruz, y podemos especular hasta el cansancio sobre lo que sería el estado si esos recursos hubiesen sido utilizados para lo que se suponía que se otorgaban. Pero, hay una diferencia importante con el caso de Tomás Yarrington, un hampón investigado por la DEA, buscado en dos países por lavado de dinero, que tuvo una complicidad estrecha con el temible cártel de Los Zetas, y se sospecha estuvo detrás del asesinato de Rodolfo Torre Cantú. Hasta en el inframundo hay niveles.

Las elecciones presidenciales se aproximan. Los electores asocian corrupción y sistema. Más allá de votar por alguien antisistema, asegurémonos de hacerlo por quien demuestre que toma al cáncer de la corrupción con la seriedad que amerita.

Twitter: @jorgesuarezv

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