Amarres

¿Qué hacemos con Canadá?

Jorge G. Castañeda escribe que si Canadá llegara a rechazar el acuerdo comercial entre México y Estados Unidos, surgiría en este país un problema jurídico y legislativo.

No es que uno quiera repetir la famosa respuesta de Zhou Enlai a André Malraux en los años sesenta cuando el escritor le preguntó al Primer Ministro chino qué opinión le merecía la revolución francesa: "es demasiado pronto para tener una opinión". Existen ya muchos elementos informativos, así como filtraciones y opiniones a propósito del nuevo acuerdo de libre comercio entre México y Estados Unidos que deberán, en los próximos días, permitirnos llegar a un juicio más definitivo y categórico al respecto. Por el momento lo único seguro es, como ha dicho Leo Zuckermann, la incertidumbre, a saber, la dificultad de poder determinar desde ahora exactamente en qué acabará todo esto.

La primera incertidumbre: Canadá. Aunque tengo la impresión de que las autoridades canadienses terminarán por alinearse con Washington y aceptar el ultimátum que Trump les presentó, tal vez esto no sea tan sencillo. En primer lugar porque podrán exigir algunos cambios al acuerdo al que llegaron México y Estados Unidos, y va a resultar difícil cerrarles la puerta en la cara. En segundo término, muchos grupos de la sociedad civil canadiense –empresarios, mujeres, pueblos originarios, trabajadores industriales, agricultores de lácteos– tendrán muchas cosas que plantearle al Primer Ministro Trudeau. Si Canadá llegara a rechazar el acuerdo surgiría un problema legislativo y jurídico en Estados Unidos. Pero aun suponiendo que no sea el caso, persistirán amplias áreas de dudas en torno al posible pacto trilateral.

Segunda incertidumbre: los tiempos de Estados Unidos. Ya hemos insistido en estas páginas que la única prisa mexicana provenía de las ganas –no pasa de eso– de Peña Nieto de salir en la foto con Trump y Trudeau en su caso, el 28 de noviembre. De acuerdo con el calendario que aparentemente se ha aprobado, esto no es imposible. Pero al igual que la firma en 1992 del Tratado de Libre Comercio en San Antonio Texas por parte de los presidentes Salinas y Bush y del Primer Ministro Mulroney, no significa gran cosa. Transcurrió casi un año y medio entre ese momento y cuando finalmente el TLCAN fue ratificado por la Cámara de representantes en Estados Unidos. Lo mismo va a suceder en esta ocasión. Me siento muy cómodo vaticinando que tanto la Cámara baja como la Cámara alta no aprobarán este nuevo acuerdo antes de ser sustituidos por el nuevo Poder Legislativo surgido de las elecciones de medio periodo en noviembre. Mucho dependerá entonces no sólo del contenido definitivo del acuerdo que aún desconocemos, sino también de la correlación de fuerzas en ese Congreso, y en particular en la Cámara de representantes.

Tercera incertidumbre: a pesar del detalle que han proporcionado varios medios informativos de Estados Unidos y de México, seguimos sin saber a ciencia cierta cuál es el contenido exacto del nuevo entendimiento, en una importante cantidad de rubros. Entre otros, destacan, la vigilancia y fiscalización de los compromisos laborales asumidos por México en materia de derechos sindicales, las compras de gobierno, el comercio electrónico, el texto nuevo o viejo del capítulo de energía, y algunos otros focos rojos que circulan por ahí. Determinar de antemano, sin conocer todos estos detalles, si el acuerdo es benéfico o no para México y si valió la pena tanto esfuerzo para lograr el acuerdo que se podía y no el acuerdo que se quería, es especialmente difícil. Habrá quienes se formarán una opinión sin conocer estos detalles. Algunos preferimos esperar. Y algunos más, quizás la mayoría, se pronunciarán antes de saber cualquier cosa, porque esa es la línea que les dan.

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