Jorge Berry

Palos de Ciego

El columnista explica por qué el presidente de EU ha hecho notoria su ignorancia en temas geopolíticos y las repercusiones de ello.

Tarde o temprano, tenía que pasar algo así. Desde el momento mismo que Donald J. Trump fue declarado ganador en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, su notoria ignorancia en temas geopolíticos tendría consecuencias, y las estamos empezando a ver.

Trump comenzó su comedia de errores con el nombramiento de Rex Tillerson al frente del Departamento de Estado, institución encargada de la diplomacia y política exterior de Estados Unidos. Tillerson decidió, de acuerdo con la filosofía de la Casa Blanca, que había demasiada burocracia, e inició el proceso del desmantelamiento de la institución. La moral se vino abajo, una gran cantidad de diplomáticos experimentados renunció y otros muchos fueron despedidos. Se quedaron, pues, sin infraestructura que les permitiera tomar decisiones, ya no acertadas, sino por lo menos coherentes.

Trump, muy a su estilo, marginó a Tillerson y hasta a su propia asesoría de seguridad nacional, al nombrar a su yerno, Jared Kushner, como responsable del proceso de paz en el medio oriente. Kushner, de 37 años, se ha dedicado a bienes raíces en Nueva York, y sabe de diplomacia y política exterior lo que yo sé de física cuántica: nada.

El joven yerno se fue a Riyahd, en Arabia Saudita, casi en secreto, con otro joven, el príncipe heredero saudí Mohammed bin Salman, y desencadenaron una purga familiar en Arabia Saudita, una cuestionada política contra Qatar, y el tour de la pleitesía para su suegro Donald, cuyo paseo por el medio oriente a principios de su mandato, empoderó a los árabes suníes, y, de paso, a Israel.

Ahí se gestó la desafortunada decisión de Trump de anunciar el cambio de sede de la embajada de Estados Unidos en Israel, de Tel Aviv a Jerusalén. El primer ministro Israelí, Benjamín Netanyahu, no pudo imaginar mejor escenario, dado su radicalismo conservador, así que se deshizo en elogios a Trump, porque aprendió qué botones apretar para manipular a un presidente vanidoso y poco informado. Volvió a usar esa técnica para influenciar la decisión de Trump de abandonar el tratado nuclear con Irán, al que, con cierta razón, saudis, israelíes y estadounidenses consideran el principal adversario en la región.

Todos olvidaron a los palestinos. Su liderazgo, con Hamas a la baja, parecía particularmente débil e incapaz de alterar los planes para la nueva embajada. Pero Netanyahu sí sabía. La Mossad, probablemente el sistema de inteligencia más eficiente en el mundo, tuvo la información, puesto que las tropas israelíes se desplegaron instantáneamente para contener las protestas, y vaya que respondieron.

El lunes 14 de mayo vimos dos mundos distintos en la misma pantalla de televisión: en uno, en lo que parecía una boda de alta sociedad, la ceremonia inaugural de la nueva embajada de EU en Jerusalén; en la otra, a menos de 100 kms. de distancia, las tropas israelíes enfrentando las manifestaciones, con un saldo de 60 muertos y 2700 heridos. ¿Y para qué? La nueva embajada no está siquiera en condiciones de operar. Dicen los constructores que, dado el nivel de seguridad requerido para la instalación, no podrán entregar la obra antes de, por lo menos, un año.

La imagen de Estados Unidos como mediador para el proceso de paz quedó destruida. Los palestinos, después de esto, jamás aceptarán negociar con EU como árbitro. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y sobre todo Jordania, con una población en buena parte palestina, sufrirán para no condenar a EU como parte del motivo de la violencia. La ONU exigió a Israel una respuesta más moderada a las protestas. Turquía retiró a sus embajadores tanto de Israel, como de Estados Unidos.

Claramente, abrir una embajada que no opera, es un mensaje. ¿Para quién? ¿Con qué objeto? No parece saberlo ni la propia administración Trump. ¿Qué obtuvo Estados Unidos de Israel a cambio de este gesto? Nada. La política exterior de Estados Unidos es un circo de varias pistas conducido por un grupo de aprendices, que van de un desastre a otro.

El siguiente acto en esta ópera bufa se llama Corea del Norte, y abre en tres semanas en Singapur con Kim-jong Un y Donald Trump como protagonistas. Ojalá les lleven un siquiatra.

COLUMNAS ANTERIORES

Prigozhin
El juicio

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.