Opinión

Operación y estrategia

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Vladimir Vladimirovich Putin es un consumado y eficaz operador de inteligencia. Fue escalando posiciones en la KGB, brincó a la política desde una posición de fuerza, y llegó a la cúspide del gobierno, donde lleva ya 20 años. Pero lo que se le da es la operación. La estrategia no tanto.

El planteamiento para intervenir e influir en la elección presidencial de Estados Unidos en 2016 fue, desde el punto de vista de los servicios de inteligencia del mundo entero, una joya. Desde el reclutamiento del personal en la división de ciberespionaje en la FSB, pasando por las granjas de trolls en San Petersburgo, Rusia y San Antonio, en Estados Unidos y el establecimiento del sistema de bots. También, la creación de varios sitios web, entre ellos, FancyBear, encargado de hackear los servidores de Hillary Clinton y del partido demócrata, CozyBear, para clasificar la información obtenida y Guccifer 2, responsable de diseminar los datos. Para ello, se alió con Julian Assange y WikiLeaks, y construyó lazos opacos con Cambridge Analytica. Logró esparcir la desinformación y desacreditar a los medios de información tradicionales, sembró las dudas y la desconfianza para, finalmente, ayudar a Donald J. Trump a llegar a la presidencia. La operación de todo esto resultó impecable, desde el punto de vista de Putin.

Es claro que los rusos algo le saben a Trump. No se explica de otra manera la ausencia total de críticas de la Casa Blanca hacia Rusia. Es por ello que Putin quería a Trump en el poder, pues de esa manera estaba prácticamente garantizado el levantamiento de las sanciones de Estados Unidos contra Rusia, tema de altísima prioridad para el Kremlin. Está parado, por ejemplo, el proyecto de explotación petrolera firmado entre el gobierno de Putin y la empresa estadounidense Exxon-Mobil, el negocio energético más grande de la historia. Tan esperaba Trump levantar las sanciones, que instaló como secretario de Estado a Rex Tillerson, expresidente de Exxon-Mobil, y condecorado por Putin en persona como "amigo de Rusia". Además, la poca preparación y la ambición de Trump lo hacen un personaje fácilmente manipulable para Putin, en términos de geopolítica.

Pero las cosas empezaron a complicarse para ambos, Trump y Putin, aún antes de la toma de posesión de Trump. Si bien los servicios de inteligencia de Estados Unidos ya olfateaban y sabían que algo no cuadraba, fue la prensa libre la que comenzó a investigar y dar a conocer, uno a uno, los extraños contactos del equipo trumpiano con ciudadanos rusos. Al principio de la transición, Trump dijo a los cuatro vientos que ni él, ni nadie de su equipo habían tenido contacto alguno con rusos. El hecho es que hubo muchos. Michael Flynn, despedido como asesor de Seguridad Nacional después de sólo 24 días en el puesto, tuvo conversaciones con Sergey Kislyak, el embajador ruso, en las que se habló de mecanismos para levantar sanciones. Flynn lo negó, pero el FBI lo tiene grabado. No fue el único. Paul Manafort, Jared Kushner, George Papadopoulos, Carter Paige y hasta Jeff Sessions tuvieron varias reuniones con rusos que fueron descritas en los medios.

En medio del alud de información sobre el tema, se volvió políticamente imposible para Trump cumplir con su promesa de levantar sanciones. El Congreso mismo pasó legislación para impedirlo, e incluso impuso nuevas sanciones, que no han entrado en vigor, porque Trump se rehúsa a implementarlas.

La estrategia de Putin, pues, falló. Las sanciones siguen en vigor, y no parece haber escenario para que se levanten en el corto plazo. ¿Quién tuvo la culpa? Fuentes de la CIA cuentan una historia terrible. A media reunión con altos mandos la FSB, irrumpieron agentes de contraespionaje, encapucharon al director del área cibernética, se lo llevaron y días después lo ejecutaron. Fue acusado de ser la fuente del investigador británico Christopher Steele, exespía de MI6, y autor del famoso 'expediente' que le sigue quitando el sueño a Trump.

Esto continuará.

Twitter: @jorgeberry

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