Jorge Berry

Manafort

Para Mueller, Manafort es una mina de oro. Para Trump, uno de los dos o tres personajes que lo pueden sepultar, escribe Berry.

En medio de la emergencia natural creada por el huracán Florence en las Carolinas en Estados Unidos, los problemas legales del presidente Donald Trump se multiplicaron exponencialmente. Como un latigazo cayó en la Casa Blanca la noticia de que Paul Manafort, el exjefe de campaña de Trump, decidió cooperar con la investigación de Robert Mueller sobre los lazos entre Rusia y el equipo de campaña de Trump.

La noticia fue sorpresiva por muchos motivos. Manafort fue el primero, y hasta el viernes, el único, que, enfrentando 18 cargos en el estado de Virginia, y 10 más en el Distrito de Columbia (Washington) había decidido ir a juicio, en lugar de cooperar con Mueller, declararse culpable, y conseguir una reducción en su sentencia. Michael Flynn, exasesor de seguridad nacional de Trump, prefirió el arreglo con Mueller. Lo mismo Rick Gates, el segundo de a bordo de Manafort.

Paul Manafort, en cambio, prefirió un jurado, y tercamente se negó a negociar. Tenía, entonces, que librar dos juicios. En el primero, en el estado de Virginia, fue encontrado culpable de ocho cargos, y 10 más quedaron sin resolución al no haber unanimidad en el jurado. Esto, bajo las políticas de sentencias del poder judicial de EU, significaba entre siete y 10 años de prisión, para un hombre de 69 años de edad.

Por supuesto, el presidente Trump se deshacía en alabanzas tuiteras a Manafort. Lo describió como un hombre fuerte y valiente, que no se doblaba ante la autoridad, y por ello era admirable. Esto desde luego hacía pensar que Trump enviaba claras señales a Manafort de aguantar, de no abrir la boca, de tener paciencia, porque un indulto presidencial lo salvaría de todo. Así, empezaron a prepararse para el segundo juicio en Washington.

Poniéndose en los zapatos de Manafort, parece que su razonamiento cambió. ¿Valía la pena jugarse el todo por el todo esperando un perdón presidencial? Confiar en la palabra de Trump siempre es riesgoso. Cambia de opinión de acuerdo con sus propios intereses, y los de nadie más. El momento político, y hasta el jurídico, no era propicio para otorgar el indulto a Manafort. Los republicanos no hubieran apoyado esa decisión, y Mueller podría argumentar que el indulto era parte de un patrón de obstrucción de justicia para desarticular su investigación. Así lo debe haber entendido Manafort. Además, de darse un perdón presidencial, Manafort quedaba abierto a cargos estatales en Nueva York y Virginia que los fiscales podían presentar para encarcelarlo de cualquier manera, ya que estas sentencias no están sujetas a indultos presidenciales – sólo los gobernadores pueden indultar por cargos estatales, y ninguno estaría dispuesto a hacerlo.

Por todo lo anterior, Manafort tomó la decisión más sensata: firmó el acuerdo de cooperación con Mueller. A esto se comprometió: se declaró culpable de dos cargos en Washington, y los 10 que quedaron pendientes en Virginia; seguirá en prisión hasta que sea sentenciado, estando siempre disponible para ser cuestionado por las autoridades sobre cualquier tema, sin sus abogados presentes; se presentará como testigo en cualquier proceso legal en que sea requerido; dirá siempre la verdad, so pena de perder el acuerdo; entregará propiedades y cuentas de banco diversas por unos 40 millones de dólares. A cambio, se pospone su sentencia para tomar en cuenta su nivel de cooperación y se proporcionará seguridad federal a su familia.

Es mucho lo que puede aportar Manafort. Pidió seguridad para su familia porque sabe a detalle el nivel de intervención de oligarcas y mafiosos rusos, y esos no se andan con cuentos, y los tendrá que señalar. Además, estuvo presente en la famosa reunión de la Torre Trump con los rusos, Jared Kushner, el yerno presidencial, y Don Trump hijo.

Para Robert Mueller, Manafort es una mina de oro. Para Trump, uno de los dos o tres personajes que lo pueden sepultar.

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