Jorge Berry

La Suprema Corte

Todo el circo de Brett Kavanaugh, que ocupó la atención de los medios y del país entero durante dos semanas, tendrá consecuencias, dice Berry.

Hace ocho días, nos quedamos con que el FBI realizaría una segunda investigación sobre Brett Kavanaugh, el nominado a ocupar un lugar en la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos. Les describí la dramática forma en la que el senador republicano Jeff Flake obligó a posponer el proceso una semana para buscar evidencias que pudieran corroborar las acusaciones de asalto sexual que pesaban sobre el juez.

Todo resultó un fiasco. El FBI ni siquiera se tomó la semana que le impusieron como límite. Después de cinco días, entregó los resultados de su "investigación", que para sorpresa de nadie, exoneró al juez. El resultado fue que el sábado, Brett Kavanaugh quedó confirmado como ministro de la Suprema Corte, con votación de 50-48 en el Pleno del Senado.

Desde que comenzó la investigación del FBI comenzaron las dudas. El FBI vio restringido su campo de acción desde el principio. Puesto que la Casa Blanca fue la encargada de nominar a Kavanaugh, la Consejería Jurídica, encabezada por Don McGahn, estableció las premisas bajo las cuales el FBI debía operar. Sólo se les permitió entrevistar a nueve personas, entre las que no estaban ni las acusadoras, ni el acusado. Tampoco se permitió incluir testimonios de compañeros de escuela de los involucrados, ni se realizó una investigación de campo para establecer con exactitud los lugares donde ocurrieron las presuntas agresiones. Tampoco se permitió corroborar si Kavanaugh bebía en exceso, como varios de sus contemporáneos afirmaron a la prensa. Esto es clave, porque Kavanaugh, en su furibunda comparecencia ante el Comité Judicial del Senado, lo negó con vehemencia bajo juramento de decir verdad.

La comparecencia misma, tal vez más que las acusaciones, se convirtió en el principal argumento en contra de Kavanaugh. Acusó a los demócratas del Comité de fabricar una campaña orquestada de desprestigio en su contra, para desquitarse de la victoria electoral del presidente Trump, y de actuar como brazo vengador de los Clinton en su contra. (En los 90, Kavanaugh formó parte del equipo legal de Ken Starr, el fiscal especial que llevó el juicio de revocación de mandato contra el entonces presidente Bill Clinton.)

Este iracundo arranque provocó que Kavanaugh fuera despedido como profesor de Harvard a petición de los alumnos, que la Asociación Nacional de Barras de Abogados le retirara su apoyo, que el ministro emérito de la Corte, John Paul Stevens, declarara que Kavanaugh no tenía el temperamento judicial necesario para servir en la Corte, y que un grupo de más de dos mil 400 maestros de derecho de las mejores universidades del país publicaran una carta repudiándolo. Adicionalmente, todo el proceso provocó que se organizaran nutridas protestas durante varios días afuera del Capitolio y de la Suprema Corte de Justicia que, por supuesto, se tradujeron en cientos de arrestos.

Poco les importó todo lo anterior a los republicanos. Con los resultados de la investigación "patito" del FBI bajo el brazo, en donde Kavanaugh apareció exonerado, concluyeron el proceso e instalaron a Kavanaugh como el voto decisivo en la Corte. Es exactamente el modelo que aplicó en México la PGR al investigar el caso Odebrecht, con objeto, no de encontrar la verdad, sino de justificar jurídicamente a Emilio Lozoya. Cada vez nos parecemos más.

Todo este circo, que ocupó la atención de los medios y del país entero durante dos semanas, tendrá consecuencias. La primera, y tal vez la más grave, es que queda en entredicho la imparcialidad de la Suprema Corte de Justicia. Después de escuchar a Kavanaugh amenazar a los senadores demócratas, es imposible pensar que las decisiones del ahora magistrado no tengan tintes partidistas. Kavanaugh apenas rebasa los 50 años de edad, y su nombramiento es vitalicio, así que los efectos de sus tendencias ultraconservadoras podrían sentirse durante tres décadas o más.

En el corto plazo, la ira que todo este proceso manchado provoca en los demócratas, incrementará la motivación para hacer sentir su peso en las elecciones intermedias, que son en menos de un mes. ¿Les alcanzará para obtener la mayoría en una o ambas cámaras? La respuesta es inminente.

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