Jorge Berry

El mandato

El columnista explica por qué la responsabilidad que tiene López Obrador, dadas las condiciones de su elección y la realidad jurídica del país, es enorme.

Cito textualmente la carta original enviada a Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos, por Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México: "…me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante…"

Muchos interpretaron estas palabras como un reconocimiento de que ambos personajes comparten características, y no solo las que señala AMLO en su carta. En la campaña, dediqué una columna a explorar esas similitudes. Ahora toca tratar de profundizar un poco en el otro lado de la moneda: las diferencias.

Donald Trump daría la mitad de su fortuna por contar con el mandato que acompaña a AMLO. A pesar de que Trump cuenta con mayoría de su partido en ambas cámaras, perdió el voto popular y eso redujo considerablemente su espacio de maniobra. López Obrador, en cambio, tiene un mandato mucho más claro, y su abrumadora mayoría en ambas cámaras le permitirá legislar prácticamente a su antojo. Además, opera en una democracia lastimada enormemente por los 3 sexenios anteriores. Ni Vicente Fox, ni Felipe Calderón ni mucho menos Enrique Peña Nieto supieron o quisieron fortalecer un sistema de contrapesos para solidificar una forma de gobierno incluyente que fortaleciera la competencia política justa. Ernesto Zedillo, la historia lo reconocerá, dejó la mesa puesta para que México transitara por un camino cuya meta parecía alcanzable: lograr el desarrollo estable del país, cerrando la brecha del reparto de la riqueza para disminuir los terribles niveles de pobreza que padecemos, al tiempo que, en medio de sana competencia, se pudiera dar la alternancia en el poder de manera que, con los cambios sexenales, las diversas corrientes políticas pudieran poner en práctica sus ideas en un clima de paz y certeza jurídica.

Muchos factores contribuyeron al descarrilamiento de ese proyecto, pero sin duda el principal, fue la falta de liderazgo y visión política de los sucesores de Zedillo. Peña Nieto, con el regreso del PRI a Los Pinos, tuvo una última oportunidad de enderezar el barco, pero demostró que no es lo mismo ser político que estadista, le quedó grande el encargo y acabó sepultando no solo al PRI, sino al sistema de partidos mismo.

El resultado de 18 años de errores fue una elección en la que los votantes rechazaron masivamente la democracia como sistema, y pusieron el destino de la nación en manos de un solo hombre.

En Estados Unidos, la democracia tiene 250 años de tradición. Aquí, ni dos décadas. Por ello, si elegir a Trump fue un error, tienen diversos mecanismos para corregir. El mejor ejemplo es la investigación de Robert Mueller sobre los lazos entre la campaña de Trump y Rusia, que bien le podría costar la Casa Blanca. ¿Qué futuro tendría en México una investigación independiente sobre el fideicomiso de Morena para los damnificados, que acabó desviándose a las campañas? Absolutamente ninguno.

La responsabilidad que tiene López Obrador, dadas las condiciones de su elección y la realidad jurídica del país, es enorme. El presidente electo dijo, y le creo, que quiere pasar a la historia como un buen presidente. No basta. México requiere hoy, más que nunca, un gran estadista, un hombre que piense no como líder de un partido en el poder, sino como el arquitecto de un futuro incluyente y justo para todos los mexicanos. No puede dejarse llevar por voces que pretenden instalar un andamiaje que les permita, como grupo, mantener el poder indefinidamente. No queremos otro PRI reloaded.

El periodo de transición preocupa. En aras de cumplir una promesa de campaña, AMLO parece oponerse a la construcción del NAICM. Sabe que cancelar el proyecto es una mala decisión, pero en vez de aceptar los diagnósticos técnicos, prefiere ponerlo a una absurda consulta popular, lavándose así las manos de cualquier responsabilidad. Eso no es ser un estadista. Un estadista asume las consecuencias de las decisiones que toma, no le pasa la bolita al "pueblo de México", que no tiene los elementos de juicio para emitir un voto razonado. Nadie le va a reclamar el cambio de posición respecto a la campaña, porque los mexicanos entienden que no es lo mismo aspirar a la presidencia que ocuparla.

Estamos, porque así lo decidió la inobjetable mayoría, enteramente en manos de Andrés Manuel López Obrador. Confío en su patriotismo y en sus buenas intenciones. Tiene la oportunidad histórica de llevarnos a grandes alturas como país. Ojalá, por el bien de todos, tenga el tamaño para hacerlo.

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