Jorge Berry

¿Cómo llegamos aquí? (I)

Es posible que el protagonismo de Donald Trump reconfigure el tablero geopolítico en el mundo. Jorge Berry analiza los cambios que podría causar al orden mundial.

Es posible, aunque sólo la historia podrá decidirlo en el futuro, que estemos ante una recomposición geopolítica de enormes dimensiones. El protagonismo reciente de Donald J. Trump, presidente de Estados Unidos, en las relaciones internacionales, bien podrían terminar con el balance de fuerzas que ha sostenido el desarrollo económico y político de la cultura occidental durante los últimos 70 años.

Al final de la I Guerra Mundial, Estados Unidos (EU) decidió optar por el aislacionismo en todos sentidos. El entonces presidente Woodrow Wilson, demócrata, creó el concepto de la Liga de las Naciones, pero sus sucesores republicanos, encabezados por el presidente Calvin Coolidge, prefirieron abstenerse de formar parte del organismo. Coolidge firmó un tratado con Gran Bretaña, Francia y Alemania entre otros, donde estos países renunciaban al uso de la guerra para dirimir diferencias, pero el documento no pudo detener el avance militar que desencadenó la II Guerra Mundial.

Las administraciones republicanas de Harding y Coolidge restringieron la inmigración a Estados Unidos, y reafirmaron la segregación racial como política de Estado. En términos económicos, dejaron que los mercados y las empresas operaran sin regulaciones gubernamentales, y con grandes beneficios fiscales. Su comercio internacional decayó.

Casi 30 años de estas políticas llevaron a Estados Unidos a sufrir la gran depresión de 1929, donde se llevaron de paso a buena parte de la economía mundial.

En plena crisis, llega al poder en 1933 Franklin D. Roosevelt. Venció en la elección de 1932 al entonces presidente Herbert Hoover, un republicano que no pudo solucionar la espiral económica descendente de EU, y que perdió por paliza el intento de reelección. El demócrata Roosevelt implementó medidas de estímulo al empleo, expandió enormemente la burocracia, creó organismos de regulación financiera, de servicios de salud y de protección ambiental que frenaron a las grandes empresas, crearon trabajo y contribuyeron a un mejor reparto de la riqueza en EU. Ya en plena recuperación, y con un creciente comercio internacional, Roosevelt enfrentó la II Guerra Mundial, de la que emergió el orden político y comercial con el que hemos vivido 70 años de desarrollo y crecimiento sin precedente en la economía mundial. En términos políticos, se estableció un balance de fuerzas que reunía, por un lado, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, y por otro, el Pacto de Varsovia, agrupando a la entonces Unión Soviética y a los países en su esfera de influencia, mayormente, en Europa del Este. Winston Churchill, el legendario primer ministro británico, acuñó el término "la cortina de hierro" para describir el muro ideológico que separaba a ambos bloques: las democracias capitalistas por un lado, y el comunismo-socialismo por otro. La Guerra Fría. Las armas nucleares. Naciones Unidas haciendo malabares para mantener el balance. Y China, con asiática paciencia, fortaleciéndose cada vez más.

La primera gran sacudida a este orden de cosas llegó en la administración de Ronald Reagan, en Estados Unidos. La Unión Soviética, bajo el peso de una economía inoperante y corrupta, no pudo ya mantener el statu quo, y el vetusto edificio cuyos cimientos construyó Joseph Stalin, el más grande criminal de guerra de todos los tiempos, finalmente de derrumbó durante el gobierno de Mikhail Gorbachev, y la Unión Soviética dejó de existir. De los países bajo la esfera soviética que no se independizaron, quedó la Federación Rusa que hoy conocemos. Cayó el Muro. Las Alemanias se reunificaron. Los países bálticos se independizaron. De los otros, Checoslovaquia y Yugoslavia se partieron en pedazos; Rumania, Polonia y Hungría pudieron decidir su propio destino; Ucrania lo sigue intentando. Llegó una nueva clase de libertad a esa parte del planeta. China estaba ya en pleno proceso de transformación económica, que no política.

El derrumbe de la Unión Soviética le sentó bastante mal a un joven teniente de la KGB ubicado en sus oficinas en Berlín. Le tocó la caída del Muro, tuvo que quemar aceleradamente todos los expedientes que tenía a su cargo, y salir huyendo de Berlín como ratero espantado por sirenas. Su nombre es Vladimir Putin.

Esta historia continuará el próximo lunes, en este espacio.

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