La Nota Dura

No los olvidemos

Javier Risco escribe que retirar placas conmemorativas de Gustavo Díaz Ordaz es un acto simbólico para dejar de homenajear a quien sólo desangró a una generación.

Hace unos días escuché a uno de los directores de museo más importantes de este país decir que ese tipo de lugares tenían una fecha de caducidad, que su final, la mayoría de las veces, era trágico y que su destrucción era inevitable. A veces duraban siglos, a veces décadas, pero el tiempo los desgastaba y su fin llegaba por su propia naturaleza, la contemplación de un pasado al cual le llegará su olvido (habrá tiempo de explorar esta idea y me comprometo a invitarlo a que lo exponga en alguno de los espacios de radio o televisión, por lo pronto, guardo su nombre).

Sin embargo, la idea del olvido me lo recordó ayer la condena simbólica del gobierno de la Ciudad de México, quien inició el retiro de las placas de inauguración del Sistema de Transporte Colectivo Metro en las que aparece el nombre del expresidente Gustavo Díaz Ordaz.

El jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, dijo: "Consideramos que a 50 años hay ciclos que se deben de cerrar. Hay que considerar cuál es el pensar y el sentir de la población de la Ciudad y, de manera muy respetuosa, siguiendo los reglamentos, los protocolos para retirar todo lo que son ese tipo de equipamiento o de placas que son adheridas a los espacios. Estamos retirando en este momento las placas de las seis estaciones del Metro y de la Sala de Armas de la Magdalena Mixhuca".

Aunque pudo haber sido más contundente, Amieva consideró que, por lo menos, para la Ciudad, borrar de la memoria del Metro al expresidente es un paso hacia delante.

En un ejercicio de recuperación de memoria y justicia de los ¿decenas, centenas? –50 años después, aún no queda claro– de estudiantes asesinados en Tlatelolco, deberían también desterrarse las avenidas, escuelas o cualquier memoria viva, y pienso en lo que viene: en un futuro, cuántos nombres serán desterrados de inauguraciones después de la década que acabamos de vivir y seguimos viviendo.

Y es verdad que retirar esas placas es también una forma de dejar de honrar a ese personaje, por más que haya tenido el rumbo del país, como una especie de castigo de la historia a un legado de muerte e injusticia que acompañará su nombre, y que lo acompaña aún con sus descendientes.

Retirar el nombre de placas conmemorativas es un acto simbólico para dejar de homenajear a quien sólo desangró a una generación y marcó a cientos de familias y miles de estudiantes, que, cinco décadas después, recuerdan este 2 de octubre como uno de los capítulos más negros en materia de represión del Estado.

Pero también es cierto: 2 de octubre no se olvida. No se olvida porque no debemos borrar de nuestra memoria colectiva los atroces hechos, pero tampoco debemos olvidarlo a él. Ni a los que estaban con él, como Luis Echeverría y que años más tarde tuvieron su propio capítulo de horror.

No olvidarlo, aunque sí dejar de conmemorar su memoria, es también una forma de castigo. Es una forma de saber que debemos prender focos rojos mucho antes de llegar a una plaza que se volverá un encierro mortal. La represión del Estado se ha transformado en forma en 50 años, pero no en fondo.

Y no olvidar nos ayuda también con las nuevas narrativas de perdón, porque este país de eterna catarsis nos obliga a rellenar cada tanto los cajones de la indignación y la injusticia. Porque detrás de esos estudiantes, aún incontables, que tiñeron de rojo la plaza en la que gritaban libertad, vinieron aquellos que fueron reprimidos en el Halconazo del 71, porque después se reprimió la voluntad del pueblo con el presunto fraude del 88, porque se intentó callar las voces de los menos visibles y surgió el Movimiento Zapatista en 1994.

Porque detrás del 68 también hubo represión de otra índole a estudiantes durante la huelga del 99. Porque ese mismo Estado es el que atacó a los campesinos de Atenco y Texcoco que protestaban contra el Aeropuerto, o los maestros y la APPO en Oaxaca, en el 2006, o los estudiantes de Ayotzinapa, en 2014.

Deshonremos su memoria y su papel en una verdad histórica, quitemos placas con sus nombres. Pero no los olvidemos, porque #2DeOctubreNoSeOlvida es el recordatorio de todos los que estuvieron antes y después peleando por el derecho del que hoy gozamos con más libertad que ellos, pero por el que aún hay varias peleas por delante: el de la dignidad de un pueblo que merece un gobierno a su servicio.

COLUMNAS ANTERIORES

‘La vocera’
¿Dejó de confiar?

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.