Jaime Sanchez Susarrey

PRI, QEPD

La oportunidad histórica de Peña Nieto de traer al 'nuevo PRI' al poder, eficaz y reformado, fue devorada por la corrupción y la ineficacia.

No es la primera vez que se le extiende un certificado de defunción al PRI. En 2000, varios anticiparon su deceso y entierro. Pero sobrevivió. Sin embargo, hoy, la situación es mucho más complicada y adversa.

La derrota del primero de julio se sintetiza en tres lineas: Meade obtuvo la votación más baja de la historia, 16 por ciento. No ganó ni un distrito de mayoría. La fuerza del PRI en el Congreso se reduce a 14 senadores y 43 diputados.

Localmente, conserva 12 gobernadores, pero ninguno de ellos cuenta con mayoría en sus respectivas cámaras. Están literalmente sitiados. Muy lejos de los 19 estados que se le parapetaron a Fox y lograron convertirse en una fuerza de presión durante la travesía del desierto.

Pero más allá de esos números desastrosos, la crisis del PRI es política y moral. Los conflictos de interés, los escándalos de corrupción de los gobernadores, la tolerancia y complicidad del gobierno federal con esa delincuencia organizada, además de Odebrecht y la 'estafa maestra' le arrebataron toda credibilidad.

Peña Nieto obtuvo la victoria, en 2012, gracias al mal desempeño de Calderón y al hecho de que AMLO estaba literalmente en la lona. La 'presidencia legitima' y la toma de Reforma lo habían hundido. El exgobernador mexiquense construyó su candidatura, sobre ambos páramos, ofreciendo un 'nuevo PRI': eficacia; convicción democrática; programa modernizador.

Había una dosis de verdad en su propuesta: sólo un presidente priista sería capaz de disciplinar a su partido para aprobar la segunda generación de reformas estructurales. EPN cumplió puntualmente. Y para hacerlo sorprendió a propios y extraños con el Pacto por México.

Pacto que, en ese momento, incluía un plus: la división de la izquierda y el aislamiento de AMLO, que se leía como la derrota del proyecto que se había opuesto a la apertura comercial y la contracción del Estado.

Parecía la oportunidad histórica de Peña Nieto. El regreso del 'nuevo PRI' al poder, eficaz y reformado, liderando al resto de los partidos en la consecución de las reformas estructurales.

Pero todo lo anterior fue devorado por la corrupción y la ineficacia. Las historias de la 'casa blanca' y Malinalco fueron la punta del iceberg. Mr. Hide trabaja día y noche para instaurar usos y costumbres mexiquenses.

En materia de seguridad, el gobierno no sólo fue ineficaz, sino frívolo. Con la casa en llamas optó por una estrategia de prevención del delito (recuérdese a Roberto Campa entregando lentes a estudiantes de primaria para combatir la deserción) y desmanteló la Secretaría de Seguridad Pública. Amén de definir la violencia y la inseguridad como problemas de percepción, que los medios debían 'modular' depurando la información.

Pero no paró allí. El gobierno reveló de inmediato un ánimo restaurador. Los casos de Pedro Ferriz y Carmen Aristegui lo ilustran. En pocas palabras, la convicción democrática, que incluye la libertad de expresión, fue una mampara y la eficacia brilló por su ausencia.

En economía los resultados están a la vista: una reforma fiscal que golpeó a los de siempre, particularmente a las clases medias, una deuda incrementada irresponsablemente, inflación y un crecimiento insuficiente.

Por si todo lo anterior fuera poco, la invitación a Trump fue no sólo un gravísimo error, sino una suerte de traición. No hay que olvidar que el candidato republicano estaba, en ese momento, hundido, y que tanto Obama como Clinton le habían tendido la mano al gobierno de México.

Si se suma todo lo anterior, no había forma de que el candidato del PRI fuera competitivo. Meade fue una ocurrencia extrema, pero se le encomendó una misión imposible y terminó siendo devorado por la vorágine del colapso. De hecho, EPN no tuvo empacho en favorecer a AMLO, particularmente en las últimas semanas, cuando se hizo evidente que su candidato no repuntaría.

Por último, el poder de seducción y atracción que el próximo presidente ejercerá sobre los priistas en los estados y en la capital de la República será irresistible y la desbandada será incontenible.

No hay, pues, forma de que el PRI se salve. Y como remate: su próximo coordinador en el senado será Osorio Chong, miembro prominente del gobierno y responsable principal de la grave crisis de inseguridad y violencia que vive el país.

PRI, requiescat in pace.

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