Jaime Sanchez Susarrey

Anaya, corregir el rumbo

Reelección y partido único o hegemónico son, a pesar de todas las diferencias, comunes a Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega y López Obrador.

AMLO perdió el debate. Anaya ganó y se posicionó en el segundo sitio. Pero ni lo uno ni lo otro es concluyente. Falta ver cómo se refleja en las encuestas. Lo único cierto, por el momento, es que el juego sigue abierto.

Los números previos al debate eran y son alarmantes para Anaya. A tres semanas de haber iniciado la contienda, el candidato de Por México al Frente registra una distancia de 20 puntos respecto de AMLO, según el sitio agregador de encuestas Oraculus.

Antes de asumir que quería postularse como candidato, Anaya definió esta elección como un no al populismo y un no a la corrupción. Fue un buen trazo de ruta. Recogía la demanda de cambio, pero le daba dirección conservando lo bueno y evitando el peligro.

En el entendido que el PRI se iría de cualquier modo, no había que disputarle la bandera antipriista a AMLO, sino hacer una oferta de cambio inteligente e instrumentar una campaña negativa, para confrontar el autoritarismo y el populismo de Morena.

Sin embargo, el término populismo ha desaparecido del discurso del candidato de Por México al Frente. Desconozco la razón, pero es posible que sea la misma que le llevó a aceptar la tesis de que la gente ya le perdió el miedo a López Obrador.

Pero, ¿de verdad la gente perdió el miedo? Y si así fuera, ¿hay elementos racionales en esa percepción o se trata de una exitosa estrategia de comunicación, que presenta al candidato de Morena como un hombre bonachón que persigue palomas y predica amor y paz?

La estrategia sin duda existe, es deliberada y está pensada para reducir los negativos de AMLO. El otro elemento relevante son las nuevas adquisiciones de Morena (Gabriela Cuevas, German Martínez et alii), que se han vuelto embajadores de López Obrador. Ellos son el testimonio viviente de su epifanía.

Pero todo eso no es más que un happening propagandístico. De ahí que la respuesta de Anaya y sus asesores haya sido la peor de todas. A una campaña de propaganda se responde con una contracampaña. Lo único que no puede ni debe hacerse es entregar la plaza sin lanzar un solo spot.

Por lo demás, Anaya tampoco ha encontrado su tono. Su perfil es el de un candidato nerd que quiere rebasar al contendiente mediante la comparación aséptica de sus propuestas: viejo y obsoleto vs. joven y moderno. Aunque en el debate optó por la confrontación pura y dura.

El otro eje de la campaña fue un error. No había que exacerbar la confrontación con el gobierno y el PRI, poniendo el énfasis en que Anaya, a diferencia de AMLO, sí metería a Peña Nieto a la cárcel.

Me explico:

Primero, porque no corresponde al próximo presidente decidir quién va a la cárcel y quién no, sino al fiscal y la Procuraduría.

Segundo, se metió en un terreno complicado por definición. AMLO es la marca antisistema por antonomasia. No hay que competirle en el radicalismo, sino en la calidad de la oferta.

Tercero, la comisión internacional de la verdad es un asunto que a nadie interesa mayormente, como no sea a sus impulsores originales.

El corolario del no a la corrupción y al populismo es un cambio con rumbo, sin correr el riesgo de una aventura irresponsable. La referencia a Venezuela va de suyo. No porque AMLO sea idéntico a Chávez. En sentido estricto, Chávez tampoco era idéntico a Castro. Ni Castro a Mao, etcétera.

La referencia era y es obligada por el perfil del personaje que se sitúa por encima de la ley, se asume como el verdadero y único líder del pueblo, y se impone como tarea la regeneración moral, política, económica y social de la nación.

Reelección y partido único u hegemónico son, a pesar de todas las diferencias, comunes a Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega y López Obrador. De ahí que el caso venezolano pueda y deba ser utilizado como un referente del riesgo que representa la victoria de Morena.

Anaya está en el momento adecuado de corregir la estrategia. Más aún, porque se ha posicionado claramente en el segundo sitio. Pero además, porque necesita el voto útil de priistas y zavalistas para obtener la victoria.

A final de cuentas, hay verdades elementales que no deben soslayarse: el PRI ya se va y AMLO sí es un peligro para México. Esas son las coordenadas de una estrategia exitosa, pero en el último de los casos, más vale perder pintando la raya y cantando las verdades, que haciendo una campaña ni fu ni fa.

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