Jacqueline Peschard

¿Para qué sirvieron las campañas electorales?

El proceso electoral que concluyó el 1 de julio evidenció la erosión del sistema de partidos, el desprestigio de las élites gobernantes, la violencia y la descomposición social.

En estas elecciones marcadas por el encono y la crispación, por el insulto y la acusación como claves de la confrontación entre candidatos, aun antes de que conociéramos los resultados del conteo rápido del INE, parecía claro que AMLO se perfilaba como el ganador y que el 'voto de castigo' que él abanderó se había colado por todos los cargos políticos que habrán de renovarse en esta elección masiva. Pero las contiendas fueron muy reñidas y los datos de las encuestas evidencian que las campañas políticas sí sirvieron para ir decantando las preferencias electorales e inclinar la balanza a favor del enojo y el hartazgo. El enojo contra la violencia y la impunidad del régimen, y el hartazgo frente a la clase política.

Las campañas electorales de este 2018 sirvieron para muchas cosas: fueron la expresión clara de la erosión de nuestro sistema de partidos y del desprestigio de nuestras élites marcadas por la corrupción y la impunidad; fueron también la recreación dramática de la violencia que ahoga a nuestro país y que en esta ocasión se incrustó en la arena política, dejando una secuela de más de 114 asesinatos de funcionarios y candidatos locales. Las campañas hicieron eco de la descomposición social que vivimos y que se manifestó en la manera como las redes sociales se utilizaron más que para comentar y opinar, para filtrar insistentemente noticias falsas y campañas negras, abonando al deterioro del ambiente y a la desconfianza social en las instituciones.

Fue paradójico que estas que debían haber sido las campañas presidenciales más cortas, pues sólo debían durar tres meses y no seis como anteriormente, resultaran larguísimas por la suma de las 'precampañas' y las 'intercampañas' que no lo fueron, primero, porque los candidatos de las coaliciones ya estaban decididos, y segundo, porque no hubo pausa alguna entre precampaña y campaña. Sin embargo, las campañas mostraron cómo las preferencias electorales fueron evolucionando a lo largo de los nueve meses de confrontación. Casas encuestadoras prestigiadas, como Consulta Mitofsky, dieron cuenta de que existió una efectiva competencia política y que se fue fortaleciendo el candidato puntero. Así, mientras que en octubre de 2017 la contienda estaba prácticamente a tercios (AMLO con 31.8 por ciento, Anaya con 26.8 y Meade con 24.2 por ciento), ya para marzo, cuando formalmente arrancaron las campañas presidenciales, AMLO sumaba 41 por ciento, Anaya parecía perfilarse como el segundo lugar con 29.5, mientras Meade se mantenía en el tercer sitio con 22.8 por ciento. No obstante para inicios de junio, a diferencia de lo que había sucedido en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, cuando la disputa se había centrado entre dos competidores dejando al tercero en una lejana posición, el puntero fue distanciándose de los otros dos. La pugna por el segundo lugar que estuvo en el foco inicial de la estrategia de Meade, lejos de recrear el escenario del pasado y alimentar el voto útil, catapultó un voto emocional y antisistémico en contra del arreglo tripartito, que caracterizó a nuestra vida política durante los últimos veinte años.

A pesar de que la contienda presidencial absorbió la atención de los medios y la opinión pública, su lógica de polarización se extendió a las elecciones del Congreso federal y de las locales. El avance de Morena se antoja contundente, gracias al arrastre de su líder, por lo que probablemente habrá de quedarse con la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados (se calcula que Morena ganará entre 236 y 298 curules) y, con una mayoría relativa en el Senado (entre 51 y 73 escaños). Además, seguramente se quedará al menos con cuatro de las nueve gubernaturas en juego (Morelos, Tabasco, CDMX y Chiapas), pero están en fuerte disputa dos más (Puebla y Veracruz).

No hay duda de que el mapa político de nuestro país cambiará significativamente, porque el PAN está dividido, el PRI concentra un merecido rechazo y el PRD está desfondado. En el escenario de incertidumbre provocado por el nuevo arreglo político que surgirá de estas elecciones, así como las campañas abrieron la puerta para que se manifestara la rabia social, después de la elección resulta indispensable que los actores políticos –ganadores y perdedores– se comporten de manera responsable, tendiendo puentes para la reconciliación.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Por qué socavar la autoridad del TEPJF?
Primer balance de un 'nuevo régimen'

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.