Jacqueline Peschard

Nostalgia de la pluralidad en la Ciudad de México

Estamos acostumbrados a que en la Ciudad de México exista una fuerza dominante que prácticamente ha diluido la pluralidad, asegura la columnista.

Durante la época de la hegemonía del PRI, cuando el Distrito Federal era un departamento administrativo del gobierno federal, su rasgo característico era que el dominio del tricolor ocurría en un contexto de incipiente pluralidad, aunque sin efectiva competencia. Ahí, la votación de los partidos de oposición era sistemáticamente 20% mayor de la que obtenían como promedio en el ámbito nacional, y ello se explicaba por la mayor urbanización y modernidad de la ciudad capital que alentaba un voto de opinión, lo cual, en cierta manera, acotaba el dominio del partido del gobierno, basado sobre todo en sus bases clientelares y corporativas.

Cuando la reforma política de 1996 dotó al DF de un gobierno propio, con autoridades electas en contiendas competidas, la capital se transformó en un bastión del PRD, borrando la pluralidad que lo había caracterizado y su supremacía se mantuvo hasta 2015, cuando Morena, surgido de sus propias filas, desafiaría la hegemonía de su partido originario. Es por ello que no sorprendió que el triunfo arrollador de AMLO en la elección presidencial se recreara a plenitud en la Ciudad de México.

La mayoría absoluta que hoy tiene Morena en la Asamblea Legislativa con 60% de las curules (40 asientos) no es ajena a la que alcanzó el PRD en 2012, con el 56% de las mismas (37 asientos). Tampoco significa un cambio en el mapa político de los últimos veinte años, con una fuerza sobresaliente en el ámbito de las hoy alcaldías, ya que Morena gobernará en 11 de las 16, en tanto que en 2012 el PRD lo hizo en 14 de las entonces 16 delegaciones. Las cosas cambiaron cuando, en 2015, ya con la presencia de Morena, el PRD apenas obtuvo 18 curules en la Asamblea Legislativa, mientras Morena ganó 19, o sea, una cantidad equivalente, y el resto se repartió de manera fragmentada entre los demás partidos con menos de 5 asientos cada uno (salvo el PAN que obtuvo 10), y algo semejante ocurrió en el caso de las delegaciones, donde Morena ganó 5 frente a 6 del PRD, con su aliado tradicional, el PT, que en 2018 se adhirió sin recato alguno a Morena.

No obstante, a diferencia de lo que se observa en el conjunto del país, donde el PRD casi desapareció, hay resabios suyos en la CDMX, que se hacen palpables en la votación recibida por los candidatos a la Jefatura de Gobierno. Claudia Sheinbaum ganó con 47.05% de los votos, pero su margen de victoria respecto del segundo lugar fue sólo de 16.03%, ya que Alejandra Barrales obtuvo 31.02% de los votos, lo cual se diferencia de lo que sucedió en el ámbito de la contienda presidencial, donde la ventaja de AMLO frente a su más cercano seguidor fue de 30.9% (AMLO: 53.1% vs. Anaya: 22.2%).

En la CDMX, la votación de AMLO fue 9.1 pts. superior a la de Sheinbaum, mientras que la de Ricardo Anaya fue 10 pts. por debajo de la de Alejandra Barrales, su compañera de fórmula para la Jefatura de Gobierno. Algo parecido se observa en la votación de las alcaldías capitalinas, donde aunque Morena ganó 11 y el PRD sólo 4, en realidad este sólo perdió dos respecto de lo que tenía en 2015. Dicho de otra manera, el impulso de AMLO no borró del todo el arreglo político local de la ciudad capital, y ello también se apreció en el caso del PRI, que con la candidatura a Jefe de Gobierno de Mikel Arriola obtuvo 2.2 puntos más de lo ganado por José Antonio Meade en la CDMX.

Estamos ya acostumbrados a que en la Ciudad de México exista una fuerza dominante que prácticamente ha diluido la pluralidad, lo que es inédito es que el gobierno federal y el de la capital del país estén en manos del mismo partido y que en ambos casos los gobiernos sean unitarios, ya que contarán con mayoría absoluta en sus respectivos congresos. Esta circunstancia novedosa en los veinte años de competencia política en nuestro país nos recuerda lo que sucedía durante la época de la hegemonía del PRI, en donde los partidos de oposición se ubicaban en los márgenes de la escena política, disputándose sólo pequeños espacios que dejaba libre el partido del presidente. La diferencia hoy, es que en un marco de reglas y prácticas de competencia efectiva, un mismo partido gobernante en la Presidencia y en la capital del país robustece la legitimidad de estos y su potencial de maniobra, lo cual, bien aprovechado, bien puede servir para darle un impulso decisivo a las políticas públicas que demanda urgentemente la Ciudad de México.

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