Contracorriente

Lula, el populista

Guillermo Knochenhauer reflexiona el encarcelamiento de 'Lula' da Silva, expresidente de Brasil.

Luiz Inácio Lula da Silva competía en la elección presidencial de Brasil con todas las posibilidades de ganar; por eso está en la cárcel, no porque se le hubieran probado las acusaciones de corrupción pasiva que le armó la Fiscalía y que le bastaron al juez Moro para sentenciar "por convicción".

Está en la cárcel porque intentó volver a gobernar con su política populista según la cual, para que la economía crezca, hay que distribuir y darle a los pobres acceso al crédito para comprar una casa, para tener energía eléctrica, agua potable y mejores niveles educativos.

Para ganar las elecciones de 2002 (en el cuarto intento como candidato), Lula tuvo que convencer a las élites brasileñas de que no les representaba una amenaza a sus intereses (como AMLO está tratando de hacer en México) y de que su programa incluyente, distributivo de la riqueza, sería beneficioso para todos en el país.

Durante sus ocho años de gobierno -del 1 de enero de 2003 al 1 de enero de 2011- lo cumplió: pobres y ricos ganaron. Como ha documentado Pablo Gentili, secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, durante ese periodo los sectores de altos ingresos ganaron 23 por ciento más, pero los pobres tuvieron 84 por ciento más de ingresos.

Es cierto, durante los dos periodos que gobernó Lula, Brasil se benefició de ingresos extraordinarios por el alza de precios internacionales que alcanzaron las materias primas; México, con Calderón en la presidencia, también recibía ingresos sin precedente por la venta de petróleo arriba de 100 dólares cada barril, recursos que no tuvieron utilidad económica ni social alguna.

A partir de 2012 bajaron los precios de las materias primas y con ello los ingresos extraordinarios de Brasil, lo que metió en problemas fiscales al gobierno de Dilma Russeff, a los que se sumaron acusaciones de corrupción nunca probadas y razones políticas que llevaron a su destitución.

¿Por qué el juez Moro encarcela a Lula sin otra prueba que su propia convicción?, pregunta Gentili, y responde "porque ha sido la estrategia que el poder financiero (…), el gran monopolio comunicacional que es la Red Globo, y sectores políticos conservadores han encontrado para acabar con lo que creen ser un antecedente inaceptable", es decir, el de un gobierno con sentido populista y resultados que le dan fuerza social.

El gobierno de Michel Temer, que asumió tras la destitución de Russeff, se parece a los que han sucedido a otros gobiernos populistas, como el de Argentina con Mauricio Macri: no tienen pretensiones totalitarias, sino más bien las de desarticular a la sociedad apabullada por problemas de inseguridad en todos los órdenes.

Temer y Macri son presidentes sin carisma, torpes, repetidores de frases hechas por asesores de imagen, pensando en proyectar la de alguien bien preparado, 'moderno', que piensa globalmente y que sea grata a Estados Unidos.

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