Contracorriente

AMLO ante la globalización

El columnista analiza la visión nacionalista de AMLO ante un escenario global y los retos del próximo presidente de la República.

En todas partes se cuecen habas; dice Rob Riemen que "Nuestra democracia se encuentra en crisis". Se refiere a la situación europea, pero su crítica parece hecha a la medida de la nuestra; dice que "Los partidos políticos ya no tienen principios ni proyectos; la confianza en la política y en el gobierno ha disminuido a un nivel peligroso; las elecciones han sido reducidas a un carnaval de banalidades vacías de contenido" (Para combatir esta era, Taurus, México 2017).

Son los síntomas de que la globalización neoliberal no sólo es financiera, productiva y comercial; también es normativa y política. Al frente de ella están las corporaciones transnacionales que vienen acrecentando, por un lado su independencia de los gobiernos y por el otro su influencia a costa de la soberanía de las naciones.

Traigo esto a colación porque es otra de las claves para saber que tipo de proyecto representa cada uno de los aspirantes presidenciales; Meade seguiría la corriente, la inercia que desde hace 30 años ha conducido al país donde está; Anaya armaría soluciones elitistas y López Obrador dice que enfrentaría esas realidades del mundo con legalidad, lo cual no es suficiente.

La intención de revisar los contratos de explotación petrolera implica una confrontación no solamente legal. Desde una perspectiva nacionalista, AMLO tiene razón: exportamos crudo cuya extracción es muy barata en relación con su precio internacional e importamos petrolíferos en vez de reparar las 6 refinerías que hay, que trabajan al 40 por ciento de su capacidad por falta de mantenimiento.

La reforma energética de Peña Nieto es otro saqueo al país, y dan ganas de revertirla, y algo se puede hacer, pero sabiendo que, como dice un informe de IDEA Internacional, "La globalización ha facilitado el movimiento de transacciones bancarias internacionales y ha fortalecido a las corporaciones internacionales, lo cual (…) difumina las líneas divisorias entre el control extranjero y el nacional".

Un efecto político muy extendido de eso es al que se refiere el primer párrafo de este comentario: los gobernantes alrededor del mundo no pueden actuar como quisieran si no tienen control sobre instrumentos estratégicos -financieros, monetarios, energía, tecnología- y, por lo tanto, sus políticas se limitan a lo que su influencia real les permite.

En ese sentido, quien sea el próximo presidente de México tendrá pocos recursos con los cuales, un gobierno nacionalista como el que representaría AMLO, podría obligar a que los contratos se cumplan rigurosamente y a fortalecer a Pemex como contrapeso de la industria transnacional.

Cosa semejante podría hacerse con el ahorro y el crédito controlados por bancos extranjeros, por cuyos servicios pagamos tasas y comisiones exorbitantes; la fórmula sería la misma: aplicarles las mismas regulaciones a las que están sometidos en otros países y fortalecer a la banca de desarrollo.

El nacionalismo popular no será el del PRI de hace 50 años; sin perder énfasis en procurar el bienestar común, deberá articular sus proyectos con poderosos actores en situaciones inéditas.

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