La primera etapa del proceso electoral 2018 ha llegado a su fin. Los contendientes deberán ubicarse desde ahora y hasta el 30 de marzo en sus respectivas esquinas. Se abre un largo periodo de reposo que, dicho sea de paso, no se entiende bien a bien cuál sea su objeto.
Indudablemente, sin embargo, el espacio que se abre desde ahora hasta el inicio formal de la campaña no estará ayuno de valoraciones y actividades en segundo plano, para que no sean consideradas como actos anticipados y sujetos de sanción por parte de la autoridad electoral.
Podría considerarse a la primera etapa, la de precampaña, como una especie de ejercicio preliminar, de sondeo del oponente, un round de sombra para medir las capacidades y vulnerabilidades de los adversarios.
Si bien el balance de esta primera fase parece señalar una clara ventaja a alguno de los participantes, nada garantiza que la simpatía del electorado se mantenga o incremente conforme transcurra el proceso. Es de suponerse que las principales armas no se han mostrado aún.
Las siete semanas previas al inicio formal de la campaña, puede vaticinarse, serán intensas en redes sociales y medios alternativos.
Vistos los recursos mostrados en la precampaña, no es de suponerse que las etapas que siguen van a prescindir de golpes bajos y se tornen en una demostración de técnica y elegancia argumentativa para satisfacer la expectativa del aficionado.
La oportunidad existe.